Rango C Aracnofobia [Jorge y Jonah]

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"Aracnofobia"
- NPC involucrado: -
- Sinopsis: ¿Te dan miedo las arañas? Esto te va a encantar. Un Tamer que fue enviado a una misión de limpiar KoDokugumon en un edificio abandonado tuvo la "grata" sorpresa de encontrarse frente a frente con la madre Dokugumon, la cual logró envenenar al Digimon compañero antes que pudiera contraatacar. El Tamer logró escapar a tiempo, sin embargo ahora se encuentra atrapado en un edificio a medio caer, con una araña asesina tras él y su Digimon fuera de combate. Necesitamos a alguien que lo rescate pronto, y de paso lleve un antidoto de emergencia para el Digimon.
- Escenario: Ciudad.
- Objetivos:
Adentrarse al edificio.
Encontrar al Tamer y a su compañero y administrar la medicina.
Escapar del edificio.
[Opcional] Eliminar a Dokugumon.
- Notas:
El edificio consta de tres pisos y está en mal estado. Podría derrumbarse con un combate brusco, tengan cuidado.
De acuerdo con el mensaje el Tamer está atrapado en el segundo piso, en una habitación en la cual creó una barricada para impedir que Dokugumon entrara. No sabemos cuanto durará esa "defensa" así que hay que ser rápidos.
La medicina está ideada para contrarrestar los efectos más dañinos del veneno de Dokugumon y será entregada al iniciar la misión. Deben apresurarse en administrarla para evitar una desgracia.

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El DigitalWorld podría ser un mundo plagado de criaturas peculiares, pero aún con todo eso conceptos como dinero y trabajo también existían en el. Y resultaban en ser un eje importante de la civilización de este mundo. Solo por esa razón Jonah Wesley se había obligado así mismo a volver a ese edificio: la Central de Tamers.

Estaba parado justo delante del enorme tablero lleno de incontables peticiones, contratistas dispuesto a pagar cantidades decentes de dinero con tal de hacer encargos de todo tipo: desde llevar un paquete de un extremo de la ciudad al otro, hasta aniquilar a bestias salvajes de sumo peligro. Por supuesto, Jonah había aprendido a escoger con cuidado los encargos a realizar, dada su "especial" condición.

Y era justo esta condición suya la que aquél día le estaba jugando en contra. Pues aunque había encargos por docenas, ninguno de estos se adaptaba a sus condiciones para ser capaz de completarlo, o siquiera salir vivo del mismo. Estaba atascado.

«
—A este ritmo, ni siquiera podré contratar a un Digimon que me asista… »

Suspiró resignado. Estaba barajando la posibilidad de ir a ese restaurante, donde de vez en vez un Digitamamon le permitía trabajar como mesero y quedarse las propinas a modo de salario. No era la mejor opción en cuanto a ingreso de dinero se trataba, pero sería mejor que perder el día esperando que se publicase una Quest apta para él.


—Te lo dije, no hay nada interesante —escuchó a alguien decir con tono de reproche—. En Ciudad File rara vez hay algo jugoso que cubrir.

Jonah desvió la mirada: un chico de cabello castaño estaba en compañía de dos Digimon. La que había hablado era un ave de plumaje rojizo, el otro se trataba de un gato bípedo; aún le costaba aprenderse los nombres de los Digimon. Aquello le llamó la atención, había muchas razones por las cuales un humano podía estar acompañado de más de un ser digital, la más común era por supuesto los contratos. Aunque también existían aquellos humanos con la capacidad de tener más de un vínculo.

—¿Qué te parece esa?, hay que lidiar con algunas arañas —el ave apuntó con su ala a uno de las peticiones—. Podemos ir, si te crees listo.

—¿Lo haces para molestar, o algo más te llamó la atención?
—suspiró el Tamer mientras el ave esbozaba una leve sonrisa.

—Está marcada como urgente, ¿no lo has visto?

—Claro, claro
—le cortó él—. Aunque tienes razón en que es urgente… —cogió el documento y lo despegó del tablero—. Parece que alguien se metió en un buen lío… —paró en seco al sentir algo, bajó la mirada para ver al Tailmon que no se despegaba de su lado—. ¿Sucede algo, Cassandra?

—Ese sujeto… nos lleva observando desde que llegamos
—dijo con toda naturalidad la felina, apuntando a Jonah. En ese momento tanto la Hawkmon como su Tamer prestaron atención al de cabello cenizo.

—Ah… —se sobresaltó al ser descubierto—. Lo siento, lo siento —movió sus manos en son de paz—. Solo me sorprendió verte con dos Digimon y me entró la curiosidad de preguntarte…

—¿Si ambas son mis compañeras?
—el chico adivinó lo que pasaba por la cabeza del Amateur. Asintió con la cabeza—. Lo son, esta de aquí es Lara y ella es Cassandra —el ave pareció inflar el pecho ante su presentación, la felina solo se escondió detrás de su figura—. Hace poco que Cassy se nos unió al equipo —le dio unas palmadas en la cabeza a la aludida.

—Dos digimon… —Jonah se perdió un instante pensando en las posibilidades de algo así, al menos tendría más oportunidad de salir de su predicamento actual.

—¿Y tú compañero? —Preguntó Lara. Ante la expresión confundida de Jonah señaló el Digivice que podía verse colgando de su cintura—. Debes ser un Amateur, pocos son los que conservan el Digivice standard.

—Lara
—le llamó la atención el castaño.

—No, no, está en lo correcto. Soy Amateur, no llevo mucho tiempo en esto de las misiones y demás —se rascó la nuca—. En cuanto a mi compañero… Bueno, es algo complicado.

—Ooh, ¿tienen problemas en su relación?
—El ave se inclinó hacía adelante, interesada.

—Lara…

—¿Qué?, ¿no es deber de los Tamers más experimentados compartir su sabiduría con los más inexpertos?
—ante aquella lógica, el castaño no pudo más que ladear la cabeza resignado—. Además, hace poco ayudamos a todos esos chicos a mejorar su vínculo con sus Digimon, tal vez podríamos ayudarlo a él —señaló al de cabello plateado—. Estás de suerte, Jorge y yo somos excelentes cuando se trata de mejorar relaciones humano-digimon.

—Está exagerando
—suspiró el Tamer de la Hawkmon—. Pero supongo que podríamos echarte una mano y ver qué sale, después de todo cada caso es único. Por cierto, soy Jorge Velázquez.

—Soy Jonah
—asintió él—. Y en verdad me gustaría aceptar su ayuda, pero mi compañero… es todo un caso…

—No hay peor lucha que la que no se libra
—sentenció Hawkmon, dando por terminada las negociaciones—. Bien, ¿dónde está tu compañero? —Por primera vez el trío de Caliburn se percató de que, en efecto, Jonah parecía estar solo.

El Amateur suspiró.


—Ese es uno de nuestros problemas, él… suele desaparecer y dejarme solo —fue ahí cuando una idea se le vino a la mente. Miró a Jorge con cierta emoción: tal vez aquél encuentro fortuito sería uno de provecho y no tanto porque tuviese esperanzas de que pudiesen ayudarlo con su malhumorado Digimon—. Pero hay una manera infalible de sacarlo de su escondite.

[. . .]

El edificio constaba de tres plantas, pero costaba creer que pudiera seguir erguido y en una pieza: una buena parte de las paredes del exterior estaba plagada por maleza y las que no, habían sucumbido creando grandes grietas o boquetes donde podría caber un coche, las ventanas hacía mucho perdieron sus cristales y toda viga que se asomaba por la estructura mostraba ya un tono rojizo-anaranjado, prueba de un avanzado estado de oxidación. Se suponía que un Tamer y su Digimon habían sido despachados a primera hora de la mañana a lidiar con una infestación de Dokugumon, quienes habrían incomodado a los vecinos; para desgracia de los enviados de la Central se toparon con una amenaza mucho mayor y ahora el humano estaba vivo de milagro y su compañero estaba al borde de la muerte. Y a pesar de la critica situación y sabiendo que pronto entraría a ese edificio, que era en sí una trampa mortal, Jonah Wesley estaba radiante.

¿Y por qué no debería estarlo? Técnicamente aquella era su primera aventura como un verdadero "Tamer", aunque claro, había dos problemas con esa afirmación: la primera, es que lo hacía en calidad de protegido, porque su compañero seguía sin mostrar señales de vida y en segunda, bien podría decirse que había engañado tanto a Jorge como a sus compañeras para que le permitieran sumarse a la Quest.


«—Bueno, no es una mentira como tal… —se dijo así mismo para sentirse mejor—. Existe la posibilidad de que Reed se aparezca después de todo… —miró hacía los tejados de los edificios aledaños esperando ver una figura familiar en ellos, pero no la encontró».

Le había asegurado a Jorge que su compañero solía abandonarlo, pero al mismo tiempo estaba atento a sus movimientos desde la distancia, como si se tratase de un receloso guardián. En eso no había mentido. En más de una ocasión había visto a Reed siguiéndolo… o al menos eso quería creer.


—Sabes, los vínculos con los Digimon no son contratos irrompibles —Jorge le sacó de sus pensamientos. Cuando posó su atención en este, el castaño estaba acariciando a Tailmon—. Tanto el Tamer como el Digimon pueden romperlo si lo desean, siempre y cuando no haya alguna especie de control o chantaje emocional de por medio —dio un respiro al decir aquello, luego le miró fijamente—. Si tu compañero mantiene su lazo contigo debe ser por alguna razón.

Jonah no respondió, se limitó a bajar la mirada hasta su Digivice y se aseguró que este seguiese como siempre. En ocasiones se despertaba abrumado y miraba la pantalla, solo para tranquilizarse al verla intacta, sin mostrar estática o algún aviso extraño.

Lo que Jorge le había dicho ya era de su conocimiento. Sabía que Reed podía renunciar a ser su compañero, así como él también podía hacerlo. Varias veces había considerado esa posibilidad, tirar la toalla con su actual Digimon con la esperanza de encontrar a otro, uno que en verdad quisiera colaborar con él. Pero existía una probabilidad de que la segunda parte del plan nunca sucediese, podía darse el caso de que la voluntad del DigitalWorld decidiese descartarlo como Tamer y enviarlo de vuelta al mundo humano…


—Estoy seguro que tiene una razón para actuar como lo hace —habló por fin—. Y confío en que podamos llevarnos bien —movió su mano para restarle importancia al asunto—. Pero creo que no deberías distraerte con eso ahora, Jorge. Tenemos que salvar a esos dos, ya podrán darnos terapia de pareja cuando él decida aparecerse.

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El aire frente al edificio abandonado tenía un peso distinto, cargado de polvo y de algo más… como si la misma estructura respirara con dificultad. Las ventanas rotas eran ojos ciegos, pero vigilantes; cada telaraña que colgaba de los marcos parecía un aviso, un recordatorio de que aquel no era un lugar seguro. Los tablones que sellaban la entrada principal habían sido arrancados a medias, como si alguien hubiera intentado entrar a la fuerza… o huir demasiado tarde.

Jonah se detuvo un par de pasos detrás de Jorge, con el Digivice oculto en el bolsillo interior de su chaqueta. Podía sentirlo vibrar débilmente, aunque sabía que era su imaginación. Ese aparato, tan brillante y tan vacío en sus manos, pesaba más que un ladrillo. No tenía el valor de sacarlo frente a los demás, no cuando Lara lo observaba de reojo como un halcón midiendo a su presa.

—El sitio parece a punto de desplomarse —comentó Jorge, alzando la voz lo suficiente para imponerse al crujido del viento entre las vigas—. Tendremos que movernos con cuidado.

Hablaba con calma, como si narrara una noticia, modulando las palabras para que sonaran a advertencia y no a sentencia. Cassy, en silencio, se mantenía apenas un paso detrás de él. Sus ojos violetas recorrían cada rincón de la fachada, siguiendo las hebras de telaraña como si fueran cicatrices en una piel enferma.

—O lo que es lo mismo: si pisas donde no debes, nos vamos todos abajo —intervino Lara, cruzando los brazos. Hawkmon estaba sobre su hombro, con las alas plegadas pero el cuello erguido, igual de inquisitivo que su Tamer. La muchacha giró la cabeza hacia Jonah, y sus ojos chispearon con una mezcla de ironía y advertencia—. Sobre todo tú, Amateur.

Jonah apretó los dientes y sostuvo su mirada unos segundos, intentando no mostrar el nudo en la garganta. Sabía que tenía razón: era el extraño, el que se había pegado al grupo sin compañero a la vista. Un peso muerto, como ella lo había insinuado antes. Pero también sabía que si no estaba allí, nunca tendría la oportunidad de demostrar lo contrario.

—Sé dónde pongo los pies —respondió, quizás con más dureza de la que pretendía. La voz le salió seca, quebrada al final, y no ayudó a darle el aplomo que buscaba.

El silencio que siguió lo hizo sentir desnudo. Jorge lo miró por encima del hombro, no con reproche, sino con un matiz de comprensión. Era la misma mirada que ya le había dedicado en la Central: la de alguien que reconocía un reflejo de sí mismo en otro tiempo.

—Está bien, Lara —dijo el periodista, sin necesidad de alzar la voz—. Todos empezamos en cero alguna vez.

Hawkmon agitó las alas, como si resoplara por su Tamer. Lara suspiró, resignada a no discutir más… por ahora.

Jonah se obligó a dar un paso al frente, lo bastante firme como para sonar convincente. El polvo se levantó bajo sus botas. El umbral del edificio parecía devorarlo a medida que se acercaba, y por un instante sintió una punzada en el pecho: ¿y si Reed estaba allí, observando desde las sombras, esperando a ver si caía para acudir en el último segundo?

No podía llamarlo. No frente a ellos. No con Lara buscando cualquier signo de debilidad.

Un crujido en el interior los detuvo a todos. Algo se movía en la penumbra, un roce ligero, como uñas rasgando el suelo. Cassy inclinó la cabeza, con las orejas tiesas. Sus garras se tensaron apenas, pero no se movió.

—No estamos solos —murmuró. Su voz era baja, pero lo suficiente para helar a cualquiera.

Jonah tragó saliva. El eco de ese sonido en sus oídos le recordaba demasiado a Reed cuando se desplazaba cerca, siempre invisible, siempre vigilante. Por un instante quiso creer que era él, que ya estaba ahí, adelantado, cuidando de él. Pero en el fondo sabía que no. Ese roce era distinto. Más viscoso.

Jorge encendió una linterna y proyectó el haz sobre el interior. La luz se abrió paso entre nubes de polvo y telarañas espesas que colgaban del techo como cortinas podridas. El aire era espeso, cargado de humedad. A cada respiración, Jonah sintió el sabor metálico del óxido y el polvo en la lengua.

—Formación cerrada —indicó Jorge, como si estuviera relatando un guion ensayado—. Yo delante. Cassy a mi lado. Jonah, detrás, Lara atenta a la retaguardia.

No era una orden, pero lo sonaba. Jonah obedeció sin protestar. De alguna manera, ocupar el último lugar de en medio le parecía correcto: era el sitio donde menos estorbaría, donde podía fingir que estaba listo para cubrirlos si algo salía mal. Aunque sabía que, si algo salía mal de verdad, su cuerpo se congelaría antes de que pudiera mover un músculo si su compañero digimon decidía no intervenir. De momento no había ni rastro el él.

Al cruzar el umbral, el mundo cambió. El ruido de la calle quedó atrás, engullido por el eco sordo del interior. Cada paso resonaba demasiado fuerte, cada respiración parecía una ofensa al silencio que reinaba allí dentro.

Jonah bajó la vista y vio huellas sobre el polvo: marcas recientes, pequeñas, apresuradas. Las pisadas de alguien que había corrido en pánico. A un lado, arrastrado contra la pared, quedaba el rastro de un cuerpo envuelto en telarañas. Pequeño, demasiado pequeño para ser humano. Un Digimon, tal vez un In-Training. Estaba seco, reducido a un cascarón.

Jonah apartó la mirada, pero demasiado tarde. El estómago se le revolvió.

—Maldición… — bufó Hawkmoncon el pico afilado—. No pienso acabar así.

Cassy se inclinó hacia la criatura atrapada. Tocó las fibras de seda con una garra y retrocedió enseguida.

—Frescas —murmuró, casi para sí misma.

Jonah se estremeció. El edificio no solo crujía con su vejez: respiraba con vida prestada, la de los insectos que lo habitaban. Y cada telaraña, cada sombra, era un recordatorio de que avanzaban en territorio ajeno.

Por primera vez, Jonah pensó que quizás Lara tenía razón: tal vez no debería estar allí. Pero al mismo tiempo, una chispa de terquedad ardió en su pecho. Si se echaba atrás ahora, ¿qué le quedaría? ¿Esperar en la Central a que Reed se dignara a aparecer? No. Aunque tuviera que tragar polvo y miedo, daría ese paso.

Y lo dio.

El grupo avanzó por el pasillo, la linterna de Jorge iluminando un mundo que parecía a punto de desplomarse sobre ellos. Cada viga que crujía, cada telaraña que rozaba su piel, era un recordatorio de que la prueba apenas comenzaba.

Jonah, en el último lugar, sintió que los ojos invisibles lo seguían. No solo los de la araña que habitaba ese nido… también los de Reed, en algún rincón oscuro, esperando a ver si su Tamer era digno de ser salvado.

El primer piso era un cementerio de polvo y telarañas. La linterna de Jorge dibujaba figuras deformes sobre las paredes agrietadas, donde las sombras parecían moverse a destiempo. El aire, espeso y viciado, obligaba a cada uno a medir su respiración, como si inhalar demasiado fuerte pudiera despertar algo dormido.

Avanzaban en silencio, el crujido de la madera bajo las botas marcaba el ritmo de su marcha. Cassy, en cambio, apenas parecía rozar el suelo; sus movimientos eran felinos, suaves, fluidos, aunque sus ojos no dejaban de moverse con un nerviosismo silencioso.

Jonah cerraba la formación, acompañado por Lara, que sobrevolaba el terreno para evitar pisar en falso. Sentía en la nuca el peso de estar detrás de todos, como si las sombras lo invitaran a quedarse con ellas. Intentaba convencerse de que era útil, de que cubrir la retaguardia era un papel necesario, pero su pulso temblaba con cada nuevo crujido que el edificio escupía.

Un sonido distinto cortó la monotonía: un goteo. Jorge levantó la linterna y enfocó una esquina. El haz reveló una telaraña gruesa que descendía del techo como una cuerda. Al final de ella, colgaba un Digimon atrapado, aún vivo. Se retorcía apenas, débil, como un insecto resignado a su suerte.

—¡Es un Yokomon! —exclamó Lara, reconociendo el plumaje de la criatura de nivel In-Training.

El pequeño balbuceó algo, su voz apenas un suspiro entre las fibras.

—Trampa —dijo Cassy en seco.

El aviso llegó un segundo antes del ataque.

De las sombras del techo, una Dokugumon descendió en picado. Sus patas se clavaron contra el suelo con un chasquido seco, levantando polvo. Sus colmillos brillaron húmedos, preparados para inyectar veneno al primero que se moviera en falso.

Jonah retrocedió de inmediato, su espalda chocando contra la pared. El corazón le golpeó el pecho como un tambor. Sintió la urgencia de llamar a Reed, de gritar su nombre, pero su garganta estaba cerrada, atada por un miedo antiguo.

—¡Hawkmon!

La voz de Jorge fue firme, sin titubeos. Ya se había enfrentado a digimon como aquellos en otroas ocasiones. El periodista cargó su puño con digisoul mientras Lara preparaba su ataque. Dokugumon se vio obligada a retroceder para evitar el puñezato. La araña siseó, lanzando hilos pegajosos al aire que se enredaron en vigas y paredes.

—¡Cassy! —la segunda orden. Tailmon se abalanzó con garras brillando en la penumbra, rasgando uno de los hilos antes de que atrapara a Hawkmon. La felina se deslizó por el suelo, esquivando un zarpazo de la araña, y volvió a ponerse en guardia.

Jonah no se movió. Sus manos se cerraron en puños temblorosos. El Digivice quemaba en su bolsillo, como si lo llamara a actuar. Pero ¿qué podía hacer sin Reed? ¿Qué podía aportar sin un compañero que respondiera a su voz?

La Dokugumon lanzó un chorro de seda hacia Jorge. El periodista rodó a un lado, esquivando por poco, y apuntó la linterna directo a los ojos de la criatura. El brillo inesperado la hizo retroceder un instante, lo suficiente para que Hawkmon contraatacara.

—¡Feather Slash!

Una ráfaga cortante de plumas impactó contra el rostro de la araña, arrancándole un chillido agudo que reverberó por todo el edificio. El sonido no era solo dolor: era un llamado.

—Maldición… —susurró Jorge.

Del techo comenzaron a descender más hilos. Uno, dos, tres… la vibración del aire cambió. Jonah levantó la vista y su sangre se heló: otras siluetas se movían entre las vigas, más Dokugumon acercándose al banquete.

—¡Tenemos que subir ahora! —gritó Lara, señalando la escalera del fondo.

Cassy fue la primera en reaccionar. Saltó hacia el Yokomon atrapado, desgarró las fibras de un tajo y lo lanzó hacia Jonah sin miramientos. Jorge deslizó una carta por su lector: Hum. La barrera protectora de Taomon los envolvió momentáneamente, dándoles espacio para la retirada.

—¡Llévalo! —ordenó la felina, con una dureza impropia de su voz usual.

Jonah atrapó al pequeño Digimon con torpeza. El Yokomon gimió débilmente entre sus brazos. La telaraña aún pegajosa se adhirió a su chaqueta, pero no protestó. Sus piernas se movieron antes que su mente, siguiendo al resto hacia la escalera.

Los escalones crujieron como huesos al quebrarse. Cada paso parecía una invitación al colapso. Hawkmon volaba bajo, cubriendo la retaguardia, mientras Cassy se mantenía cerca de Jorge. Lara iba delante, empujando a Jonah cada vez que titubeaba.

—¡No te detengas! —le gritó con furia.

El Amateur apretó los dientes. Si no fuera por el peso cálido del Yokomon en sus brazos, ya habría caído presa del pánico. Pero no podía soltarlo. No después de verlo colgar indefenso, igual que él mismo tantas veces en sus propios pensamientos.

Un rugido arácnido resonó detrás. Dokugumon había lanzado seda hacia la escalera, bloqueando parte del ascenso. Cassy saltó, sus garras brillaron, y de un tajo cortó la trampa.

—¡Sigan! —dijo, plantándose en un peldaño medio destruido mientras Hawkmon la cubría desde el aire.

Jorge giró un instante, con la linterna iluminando su silueta felina. Había orgullo en sus ojos, pero también preocupación.

Jonah no miró atrás. No podía. El segundo piso se abría ante él: un corredor angosto, aún más cargado de telarañas, con puertas derruidas a los lados y un silencio que no era alivio, sino preludio.

Cuando todos alcanzaron el descansillo, la madera de los peldaños cedió con un estruendo. La escalera quedó bloqueada por escombros y telarañas. Las Dokugumon chillaron abajo, pero no podían subir tan rápido.

Jorge respiró hondo, apoyando una mano en la pared para recuperar el aire. Lara levantó la mirada, midiendo las puertas. Hawkmon revoloteó con nerviosismo, y Cassy se sacudió el polvo de las patas.

Jonah, aún con el Yokomon entre brazos, no podía dejar de temblar. El Digimon respiraba débil, pero vivo. Eso le dio fuerzas para no derrumbarse en ese instante.

El pasillo era estrecho, pero todos sabían lo que debían hacer: el Tamer atrapado estaba en ese piso. Dokugumon no tardaría en alcanzarlos. El tiempo jugaba en su contra.

Y en medio de esa tensión, Jonah levantó la vista hacia la oscuridad y no pudo evitar pensarlo:
Reed, si de verdad estás aquí… ahora sería el mejor momento para aparecer.

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Por un instante los oídos de los enviados de la Central solo podían concentrarse en los chillidos de las arañas en el piso inferior, ¿cuánto tardarían en deshacerse de los escombros y alcanzarlos?, y si lo hacían, ¿pondrían en riesgo la estructura del edificio?, ¿esos Digimon serían tan tontos como para atraparse así mismos en un derrumbe, solo con tal de alcanzar a sus potenciales presas? Todas aquellas preguntas hicieron ruido en la mente de Jonah.

—Parece que se rindieron —señaló Hawkmon y en efecto, los ahí presentes intercambiaron miradas de asombro y confusión al percatarse de que una vez más el silencio reinaba en el edificio.

—Es posible que conozcan más rutas para moverse —sugirió Cassy. Jorge asintió.

—Seria lógico, después de todo este es su territorio, deben de conocer cada rincón —el castaño se quedó pensativo un momento—, estén atentas a cualquier boquete en las paredes o piso, sería la única forma por la cual podrían moverse por su tamaño —ambas Digimon comprendieron la orden.

—E-Eris…
—balbuceó el peculiar bulbo rosado que Jonah llevaba aferrado en sus brazos.

—Es verdad —recordó Wesley—. El antídoto, Jorge.

El periodista extrajo un dispositivo de su bolsillo y, tras apretar un par de botones, la pantalla irradió una potente luz y con ella lo que parecían ser partículas, aunque en realidad se trataban de datos. Los datos bailaron un instante en el aire antes de unirse entre ellos, como si de bloques se tratasen. Al final del proceso Jorge sostenía en su mano una jeringa con un líquido celeste en su interior. Jonah quedó anonadado ante aquel peculiar dispositivo, demasiado útil debía decir.

—Sujétala bien —advirtió el castaño mientras acariciaba la piel de Yokomon, cuando vio que el Amateur intensificó su agarre entonces clavó la jeringa—. Hasta donde sé, los Digimon no tienen órganos y vasos sanguíneos como nosotros, así que espero no haber metido la pata.

Yokomon soltó un leve quejido cuando el contenido de la jeringa entró a su cuerpo, pero después de eso volvió a permanecer quieta, con los ojos cerrados y una respiración agitada.

—Demosle un par de minutos —Jorge guardó la jeringa usada de vuelta en aquel dispositivo—. Por ahora, encontremos a su Tamer. Se supone que se atrincheró en este piso.

—Yokomon mencionó a una tal Eris
—recordó Jonah—. Tal vez ese sea su nombre.

Comenzaron a recorrer el pasillo con paso tranquilo. Al final del mismo una ventana sin cristales suministraba una dosis suficiente de luz para permitir ver por dónde andaban, sin embargo, las habitaciones era otro detalle. En algún punto de la construcción se habían colocado tablas o incluso hasta ladrillos en las ventanas, un intento de mantener fuera a potenciales ocupantes ilegales, lo cual les envolvía en densas penumbras. Jorge se asomaba por el marco de la puerta y disparaba un haz de luz con su linterna para escudriñarlos: encontraron basura por montones, escombros e incluso señales dejadas por un inquilino pasado, que esperaban hubiese cambiado su domicilio antes de la llegada de las arañas.

—Debe ser aquí… —Tailmon señaló la única opción viable: una puerta bloqueada por escombros de concreto y acero. Quien hubiera hecho aquello debió verse en la necesidad de usar una Digimemory.

—¿Eris, estás ahí? —Jorge se acercó tanto como pudo al bloqueo y usó un tono alto, pero solo lo justo, sería mejor no despertar los instintos de las arañas si es que estas los habían dado por perdidos—. La Central nos envió, vinimos a rescatarte.

La única respuesta que se escuchó fue la de una corriente de aire filtrándose por la ventana.

—Esto no me gusta… —El castaño frunció el ceño.

—¿Y si derribamos el bloqueo? —Sugirió Hawkmon—. Cassy podría…

—Es muy arriesgado, no sabemos si Eris tiene mucho espacio ahí adentro, podríamos aplastarla…

—¿Y si lo intentamos desde la habitación de al lado?
—Jorge y Lara miraron a Jonah al decir aquello—. Si Casandra golpea con cuidado, tal vez podría crear un agujero lo suficiente pequeño para que ella y Lara entren.

Velázquez lo pensó un instante.

— Podría servir, tal vez si usamos algún equipamiento, un taladro, tal vez pueda hacer un mejor trabajo sin comprometer la estructura… Creo que tengo una carta así.

Antes de que Jorge pudiera coger su baraja de cartas un sonido les hizo subir la guardia. Se escucharon pasos, docenas de ellos. Al principio fueron unos cuantos moviéndose y en línea recta, pero después se transformaron en un caos desenfrenado, una estampida ¿Quién los hacía y a dónde se dirigían?, ¿acaso había más Dokugumon en el piso superior?

Entonces algo cayó del techo y se estrelló contra el piso. A simple vista lucía como una especie de panel de yeso, tal vez usado para ocultar la plomeria y la instalación eléctrica. Todas las miradas viajaron ahí donde el panel había estado un momento atrás, ahora había un agujero sumido en la penumbra y de ahí fue donde empezaron a salir cuales hormigas furiosas cuando su hogar es amenazado: docenas de Kodokugumon.

—¡Jorge! —advirtió Hawkmon a su Tamer, pero ya era tarde.

Las arañas se lanzaron cual ola de mar contra la felina y la halcón, siendo las primeras fácilmente derribadas, sin embargo, el problema ahí no era la fuerza de los atacantes sino su número. Cuando las primeras arañas fueron derribadas, sus reemplazos ya estaban listos con sus colmillos y garras. Pero, ¿por qué desperdiciar tiempo luchando con esas presas cuando había montones para escoger? El resto de Kodokugumon pasaron de largo de Cassy y Lara corriendo por las paredes y techo, yendo directo a por los objetivos más vulnerables en la retaguardia: los humanos.

Jorge había reaccionado con velocidad: insertó un cartucho de Digimemory en su lector, consiguiendo invocar justo a tiempo a un Ogremon con apenas espacio para moverse. El oni digital recibió la orden de acabar con toda araña a su alcance, pero incluso así algunos de aquellos bichos consiguieron pasar al guardián.

—¡Jonah! —Jorge se giró hacía el aludido, pero no pudo moverse. En ese momento se percató de que su brazo y parte de su cuerpo había sido alcanzado por un escupitajo de telaraña, dejándolo inmovilizado y pegado contra la pared.

Wesley retrocedió un paso a la vez hasta que su espalda tocó contra la pared. Sus brazos aún aferraban al Yokomon inconsciente y sus ojos solo estaban clavados en el trío de arañas que corrían hacía él por el pasillo. Ahora le quedaba claro porque un Tamer dependía tanto de su compañero. No era un capricho del destino, era una simple regla de supervivencia: en ese mundo digital, los humanos eran tan frágiles como el cascarón de un huevo.

Las arañas frenaron su marcha de manera abrupta y levantaron la mirada solo para presenciar cómo un proyectil ígneo cruzaba la ventana y les impactaba de lleno. Los chillidos de los Digimon se mezclaron con el de las llamas degustando sus cuerpos. Y entonces Jonah pudo verlo entre las llamas. La figura de un Digimon cuadrúpedo y cuerpo draconiano, con su cabeza parcialmente cubierta por una capucha y una capa que parecía agitarse junto al fuego, como si fueran una misma entidad.

—¡Reed!

Al recién llegado solo le bastó una veloz mirada para entender la situación: cargó hacia adelante y comenzó a correr, destrozando con sus garras al Dokugumon que había conseguido atrapar a Jorge, solo para después ensartar una apuñalada traicionera a la memoria de Ogremon y destrozarla en el instante. Sin el oni interponiéndose en su campo de visión, el de capa rojiza tuvo el campo abierto para correr y destazar a toda araña que encontró a su paso, usando la misma de correr a través de las paredes de ser necesario.

La capa carmesí se agitó cuando su portador pegó un salto y se colocó en el centro del pasillo. Apretó su mandíbula y expelió brazas por su nariz. Sus ojos se clavaron en los remanentes del ejército arácnido alrededor de Hawkmon y Tailmon.

—¡Blazing Gun!

Al abrir su boca una veloz ráfaga de proyectiles ígneos fueron disparados uno después del otro, sin descanso. Con cada liberación el cuerpo del blanquecino se sacudía debido al retroceso, tarea que incluso a sus garras clavadas en el piso le costaba esfuerzo neutralizar. Las arañas que recibieron de lleno uno de los proyectiles retrocedieron en el mejor de los casos, el resto fueron aturdidas para darle la oportunidad de recibir un golpe contundente de Hawkmon o de Tailmon. Fue cuestión de tiempo para que ninguno de aquellos bichos quedase en píe, o decidiese arrastrarse de vuelta al agujero del cual salieron con tal de sobrevivir.

Aunque la amenaza se había ido, la atmósfera no dejó de estar tensa. Hawkmon y Tailmon miraban al recién llegado con cierta preocupación y extrañeza, al igual que Jorge.

—Reed… —comenzó Jonah, lo cual hizo ganarse una mirada de sorpresa del castaño.

—¿Qué haces aquí? —fue la respuesta del aludido—. Te dije que no te metieras en problemas.

—Tú solo me dijiste que no saliera de Ciudad File y eso hice.


El de capucha frunció el ceño y se giró hacia Wesley, sin importar darle la espalda a las dos digitales ahora en pose defensiva. Por un instante Tamer y Digimon se miraron en silencio, el resto de los presentes se limitaron a ser observadores.

—Fuera o en la propia ciudad, poco importa. Voy a escoltarte fuera de este sitio.

—N-no…

—¿Qué dijiste?

—Estoy en una misión con Jorge y sus compañeras, ¿qué no ves?
—se acomodó a Yokomon de manera que pudiese cargarla en un solo brazo, con el que tenia ahora libre se acercó al castaño para ayudarle a quitarse la telaraña que le tenía atrapado—. Vinimos aquí a ayudar a una Tamer y su Digimon, ya solo nos falta encontrar a la chica y podremos irnos.

—Estoy seguro que ese humano y sus compañeras pueden encargarse de eso, aunque no tanto de garantizar tu seguridad.

—Sería más sencillo para todos si alguien hiciera su labor como compañero
—protestó Lara ante esa acusación. Reed pareció ignorarla.

Jonah intentaba tirar de los hilos de la telaraña sobre Jorge, pero no conseguía hacer mucho con un solo brazo.

—¿Ese es tu compañero? —le preguntó Velázquez.

—Sí... —asintió Jonah, no muy animado.

—Jonah, ¿estás hablando en serio? —ante el tono de incredulidad este le miró curioso.

—¿Por qué la sorpresa?

—Jonah, Reed es un Hackmon
—como la expresión del peliplata seguía siendo neutra añadió—. Es un Digimon… singular, por así decirlo. Es muy raro de avistar en el DigitalWorld, ya ni hablar de un humano teniéndolo como su compañero.

—Pues… es singularmente odioso como puedes ver
—Jonah hizo una mueca de asco cuando vio que la telaraña se le había pegado en los dedos; intentó limpiarse la telaraña en la camisa de Jorge, fue un mero acto reflejo.

Hackmon avanzó hasta quedar a un par de pasos de ambos varones, aquello hizo que tanto Lara como Cassy acortaran distancias y adoptaran una pose tensa, Hackmon seguía sin percatarse de lo que su presencia les provocada y si lo había hecho, le resultaba indiferente.

—Puedes llevarte a ese Digimon contigo —Hackmon apuntó al Yokomon con su hocico—, que ellos se encarguen del resto.

—Si Jonah se retira ahora, la Central de Tamers no reconocerá su trabajo en esta Quest, ni tampoco le pagará por su esfuerzo
—dejó en claro Jorge—. Tal vez no estés siendo consciente de los problemas que le generas a tu Tamer, Reed —el encapuchado frunció el ceño.

—Lo dice alguien que ni siquiera fue capaz de protegerlo —el castaño sintió como si le hubieran dado un golpe bajo.

—Jorge hizo lo que pudo, pero no es su trabajo cuidar de Jonah, en cambio, el tuyo sí que lo es —por primera vez Lara consiguió que Hackmon le dedicase una mirada, aunque solo fue una fugaz y por encima de su hombro.

Hackmon bufó por la nariz, irritado. En cuestión de un parpadeo el dragón hizo un veloz movimiento: pegó un salto mientras trazaba un arco con su garra sobre el propio Jorge. Lara y Cassy quedaron petrificadas, pero antes de que sus mentes se imaginasen un horrendo escenario la telaraña que adhirió a su Tamer a la pared se cayó a pedazos al suelo, liberándolo por fin.

—Cuando encuentren a la chica la misión termina, ¿verdad? —Hackmon miró de reojo a Jorge, quien asintió—. Entonces dejen de perder el tiempo.

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El silencio tras la carnicería era engañoso. El hedor a quitina quemada aún flotaba en el aire, mezclándose con el polvo del yeso que se había desprendido del techo. Reed se mantenía firme en el centro del pasillo, sus ojos rojos clavados en la oscuridad como si esperara otro ataque inmediato. Hawkmon y Tailmon, aunque tensas, habían bajado ligeramente la guardia; Jorge frotaba con fastidio los restos de telaraña que Reed le había arrancado de encima, y Jonah sostenía aún a la debilitada Yokomon, que parecía respirar un poco más acompasadamente tras el efecto del antídoto.

Pero no había tiempo para relajarse.

—Tenemos que movernos —dijo Jorge en voz baja, guardando su linterna y sacando una carta de su mazo—. Eris debe estar detrás de esa barricada.

Señaló la puerta cubierta por escombros que ya habían visto antes. Lo que antes parecía un bloqueo improvisado ahora les recordaba un ataúd mal cerrado.

—Podríamos usar el equipamiento de soporte —añadió, mostrando la carta—. Un taladro digitalizado, lo suficientemente preciso para abrir un hueco sin derrumbar todo el muro.

—No necesitamos un taladro —gruñó Reed, avanzando hacia los escombros. Sus garras brillaron con un leve fulgor rojo.

—¡Espera! —Lara interrumpió con un aleteo, interponiéndose—. Si atacas así, podrías aplastarla. No se trata de fuerza bruta, ¿lo entiendes?

El dragón encapuchado le devolvió una mirada afilada, indiferente. Jonah dio un paso al frente, intentando suavizar el ambiente.

—Reed… déjaselo a Jorge. Él sabe lo que hace.

El Hackmon bufó por lo bajo, pero no se movió. Jorge aprovechó la tregua para deslizar la carta en su lector. Una luz dorada materializó en sus manos una herramienta de aspecto híbrido: un taladro de perforación proveniente de Digmon.

—Cassy, taladra. Lara, cubre el pasillo. No quiero sorpresas.

La felina asintió con seriedad, poniéndose a la tarea. Hawkmon desplegó las alas, observando la penumbra con ojos alerta.

Jonah se acercó con cautela, todavía cargando a Yokomon. Quería ayudar, pero sus manos estaban ocupadas. Reed, en cambio, se mantuvo unos pasos atrás, en silencio, pero con la cola rígida: no dejaba de inspeccionar el techo, las grietas, los rincones oscuros.

El taladro comenzó a morder el muro con un rugido metálico. Polvo y trozos pequeños cayeron al suelo, levantando una nube gris. Entonces, un sonido quebró la concentración.

Chssshk—chssshk—

No venía de un solo lugar, sino de varios. Pasos menudos, patas múltiples rascando contra la pared, contra el techo, incluso bajo el suelo.

—Otra vez no… —Lara susurró, tensando las alas.

De las grietas empezaron a emerger pequeños cuerpos brillantes, ojos amarillos como brasas en la penumbra. Kodokugumon. Una docena al principio, pero pronto fueron más. Bajaban por sus hilos, se arrastraban entre las ranuras del concreto, avanzaban como una marea viva.

—¡Cubran el trabajo! —ordenó Jorge sin soltar el taladro.

Hawkmon fue la primera en reaccionar. Lanzó una ráfaga de plumas afiladas, Feather Slash, que derribó a varios arácnidos de las paredes. Tailmon saltó sobre los que alcanzaron el suelo. El taladro desapareció y sus garras brillaron con energía mientras los partía en dos con ataques precisos.

Jonah retrocedió instintivamente, apretando a Yokomon contra su pecho.

—Reed, ¡haz algo! —gritó.

El Hackmon ya se movía. Con un rugido gutural, lanzó una serie de proyectiles ígneos, Blazing Gun, que explotaron entre el enjambre, dejando marcas de fuego en las paredes. El pasillo entero se iluminó por un instante con las llamaradas, revelando lo peor: había más agujeros, más grietas… y más arañas saliendo sin cesar.

—No son solo rastros, es una colonia completa —gruñó Reed.

—¡Imposible! —exclamó Jorge, apartando sudor y polvo de la frente mientras continuaba perforando—. La Central habló de una infestación, ¡pero esto es demasiado!

Cassy, lanzando una patada que hundió a un Kodokugumon contra el suelo, añadió con frialdad:

—Eso solo puede significar una cosa… no hay un Dokugumon, hay varios.

La afirmación cayó como un jarro de agua helada sobre todos.

Hawkmon casi perdió el ritmo del combate por un segundo.

—¿¡Más de una de esas cosas gigantes!? ¡Nos estás diciendo que estamos en un nido entero!

—Concéntrate, Lara —espetó Tailmon, derribando otra araña que intentaba escalar la pierna de Jonah.

El Amateur estaba temblando. No solo por el enjambre que parecía no tener fin, sino por lo que Cassandra acababa de decir. Había visto lo que un solo Dokugumon podía hacer: casi mata a Yokomon. ¿Qué sería enfrentarse a dos… o más?

—¡Ya casi! —gritó Jorge, con una memoria en la mano. Un holograma con un Dorulumon comenzó a taladrar contra el muro, mientras un boquete empezaba a tomar forma. No había querido usarla antes para no llamar la atención de las arañas, ahora no tenía más remedio.—. Solo necesito un minuto más.

—¡No tenemos un minuto! —Lara bloqueó con sus alas el salto de dos Kodokugumon, lanzándolos de vuelta con un aleteo de fuerza—. ¡Se multiplican cada segundo!

Reed avanzó como un cometa rojo, sus garras cortando telarañas que intentaban atrapar al grupo. Cada movimiento suyo era una mezcla de brutalidad y precisión, pero lo hacía con un aire de desprecio, como si estuviera combatiendo solo por necesidad, no por espíritu de equipo.

Jonah sintió el pecho apretado al verlo. Quiso gritarle, decirle que confiara en ellos, pero la maraña de chillidos y golpes apenas le dejaba oír sus propios pensamientos.

Finalmente, con un crujido seco, el taladro atravesó el muro y con él, el holograma desapareció.

—¡Lo logramos! —Cassy empujó los fragmentos sueltos hasta abrir un hueco suficiente.

Desde dentro se escuchó una voz, débil, temblorosa:

—¿H-hola? ¿Alguien… está ahí?

Era la voz de una chica. Eris.

—¡Tranquila, venimos de la Central! —gritó Jorge, apartando el polvo para abrir un poco más el hueco.

Pero los Kodokugumon no les dieron tregua. De inmediato intentaron colarse por el boquete, atraídos por el nuevo sonido. Tailmon se abalanzó para bloquearlos, mientras Reed quemaba a los que venían desde arriba.

—¡Jonah, acércate con Yokomon! —ordenó Jorge—. Tal vez podamos pasar primero a los Digimon más heridos.

Jonah se apresuró, aunque con el corazón en un puño. Entre las sombras del cuarto interior, alcanzó a ver a Eris: una joven de cabellos oscuros, pálida, con la ropa desgarrada, abrazando contra su pecho a lo que parecía un Digivice apagado. Sus ojos reflejaban el mismo miedo que sentía él.

El muro vibró de repente. Una telaraña gruesa, como un cable de acero, se estampó contra el pasillo desde arriba. El golpe sacudió el polvo del techo, y varios Kodokugumon chillaron alborotados.

—Eso no fue uno pequeño… —murmuró Cassy, ojos afilados.

Reed gruñó, enseñando los colmillos.

—No estamos tratando con un solo Dokugumon. Este edificio es su nido, y no vamos a salir ilesos si seguimos dudando.

Las arañas avanzaban otra vez. El rescate de Eris había empezado, pero el verdadero peligro apenas se revelaba.

El pasillo temblaba. Las vibraciones no provenían de los pequeños Kodokugumon que aún chillaban y se retorcían, sino de algo mucho más pesado. Dos golpes secos resonaron, uno en el piso superior y otro en el inferior, como si algo gigantesco escalara por la estructura del edificio. El grupo no necesitaba explicaciones: Cassandra había tenido razón. No era un solo Dokugumon, eran dos.

Jonah tragó saliva con dificultad. Apenas había conseguido acercarse lo suficiente al boquete abierto para vislumbrar el rostro aterrorizado de Eris, cuando un rugido gutural reverberó a través de las paredes. Yokomon tembló en sus brazos, y hasta Jorge bajó la linterna, consciente de que lo peor estaba por comenzar.

—¡A cubierto! —gritó Cassandra, empujando a Jonah hacia el hueco con brusquedad.

En ese instante, el techo del pasillo se resquebrajó como un cascarón podrido. De la grieta emergió una Dokugumon gigantesca, sus patas peludas extendiéndose como columnas negras que alcanzaban ambos lados de la pared. Sus múltiples ojos rojos brillaban como carbones encendidos, y su abdomen se hinchaba de forma repugnante, goteando veneno que corroía el suelo.

El segundo impacto no tardó en llegar. Desde el piso inferior, atravesando la madera carcomida y los restos de vigas oxidadas, otro Dokugumon irrumpió. Era ligeramente más pequeño, pero sus colmillos rezumaban un veneno tan denso que se volvía humo en el aire.

—¡Dos! —exclamó Lara con incredulidad—. ¡Nos están acorralando!

—Entonces habrá que abrirnos paso —respondió Reed, su voz cargada de furia.

El Hackmon fue el primero en lanzarse al ataque. Su cuerpo se encendió con brasas incandescentes mientras descargaba un aluvión de proyectiles ígneos, Blazing Gun, contra la Dokugumon del techo. Las ráfagas estallaban contra el caparazón oscuro, arrancando chillidos que hacían vibrar los cristales rotos de las ventanas.

—¡Mantén el fuego sobre ella! —ordenó Jorge, que sacaba cartas con rapidez—. Cassy, apoya a Reed, ¡y Lara, cubre la retaguardia!

Tailmon obedeció sin dudar. Saltó hacia la pared y, usando su agilidad felina, trepó hasta una de las patas de la araña. Sus garras se encendieron con energía, Neko Punch, y desgarró la articulación, obligando a la bestia a tambalearse.

Mientras tanto, la segunda Dokugumon, la que había surgido del piso inferior, avanzó con rapidez sorprendente. Extendió sus glándulas y disparó un chorro de telaraña espesa que atravesó el pasillo. Jorge apenas tuvo tiempo de reaccionar, activando una carta.

—¡ High Speed Plug-In B , actívate!

Hawkmon sintió su cuerpo aligerarse, como si las corrientes de aire la elevaran. Se desplazó en zigzag, esquivando las telarañas que se pegaban a las paredes como trampas mortales. Jorge cargó su puño con digisoul para potenciar el ataque de su compañera.

—¡Feather Slash!

Sus plumas brillaron como cuchillas y se incrustaron en los ojos de la Dokugumon, provocando un chillido desgarrador. Sin embargo, la bestia respondió con un coletazo brutal de su abdomen, lanzándola contra un muro con tal fuerza que el aire abandonó sus pulmones.

—¡Lara! —gritó Jorge, pero el combate no daba tregua.

Reed siguió cargando sin descanso. Su ferocidad era innegable, cada brazada suya arrancaba trozos de quitina, pero su manera de pelear era descoordinada, como un lobo que caza solo. Jonah lo miraba, con una mezcla de orgullo y angustia. El dragón parecía invencible, pero al mismo tiempo era un extraño que peleaba a su manera, ignorando al resto.

En medio del caos, Jonah apretó más a Yokomon contra su pecho. Sentía sus pequeños temblores, y de repente comprendió que, si seguían así, ninguno saldría vivo. Necesitaban algo más.

Fue entonces cuando Jorge, en medio del polvo y el chillido de las arañas, tomó una decisión. Sacó un Digimental. La esfera dorada irradiaba un resplandor cálido, que contrastaba con el aire enrarecido del pasillo.

—Lara… —dijo con voz firme, alzando el objeto—. ¡El Digimental de la Esperanza, es tuyo!

La Hawkmon, aún jadeante tras el golpe, alzó la mirada. Por un instante dudó, sus alas temblaron. ¿Esperanza? ¿En medio de esa carnicería? Pero al ver a Jorge, con su mirada inquebrantable, algo se encendió en su interior.

La luz la envolvió en un instante. Su cuerpo se expandió, sus alas se transformaron en astas imponentes, y una coraza dorada cubrió su pecho. De aquella esfera surgió un poderoso cuadrúpedo: Moosemon.

—¡Lara, digievoluciona a Moosemon!

Su rugido hizo eco en todo el edificio, una nota profunda que hizo retroceder incluso a los Kodokugumon que aún rondaban. La luz de su evolución despejó la penumbra del pasillo como si fuese el amanecer.

—¡Horn Blade!

De sus astas brotó una energía luminosa con la que profirió una tremenda cornada. La Dokugumon inferior sufrió una herida en el abdomen, la cual provocó que cayera hacia atrás, retorciéndose en un alarido de dolor.

Reed giró la cabeza, sorprendido por la nueva presencia. Por un instante, sus ojos se cruzaron con los de Moosemon, y no pudo evitar sentir una punzada de irritación. Él había estado combatiendo con todo su poder… pero había necesitado ayuda externa.

—¡Moosemon, sigue presionando! —ordenó Jorge, con una sonrisa de alivio.

La batalla se equilibró. Ahora había un frente de resistencia claro: Reed y Cassy mantenían a raya a la Dokugumon superior, atacando sus patas y abdomen, mientras Moosemon cargaba contra la segunda, embistiéndola con fuerza. Sus astas se incrustaban en la carne oscura de la araña, que chillaba en agonía.

Jonah, desde su posición, no podía apartar la vista. Era como ver un milagro: el Digimental de la Esperanza se manifestaba no como poder bruto, sino como confianza, como el lazo verdadero entre Jorge y Lara.

—Así es como pelean los compañeros… —murmuró, sintiendo un nudo en la garganta.

Reed, en cambio, no compartía el sentimiento. Lanzó otro Blazing Gun, incinerando un enjambre de Kodokugumon, pero su mirada era sombría.

—Esperanza… —repitió con desprecio.

La Dokugumon superior, furiosa, descargó una ráfaga de telarañas que casi cubrió todo el pasillo. Tailmon cortó las hebras con precisión felina, pero algunas alcanzaron a Reed, pegando su brazo contra la pared. El dragón rugió de rabia, desgarrando las fibras con sus garras.

—¡No interfieras conmigo! —bramó, lanzándose otra vez contra el monstruo.

El enfrentamiento apenas comenzaba, pero ahora tenían una chispa. Una que, como bien decía el Digimental, podía llamarse esperanza.

El pasillo se había convertido en un campo de batalla devastado. Las paredes estaban ennegrecidas por las llamas de Reed, cubiertas de grietas por las embestidas de Moosemon y rasgadas por las garras de Tailmon. El hedor a veneno quemado impregnaba el aire, mientras los chillidos de los Kodokugumon se apagaban lentamente, víctimas de la luz sagrada y el fuego implacable.

Finalmente, el silencio volvió, pero no era el mismo que antes: ahora era un silencio pesado, sofocante, como si el edificio entero contuviera la respiración.

La primera de las Dokugumon yacía atravesada en el piso inferior con su abdomen reventado por el impacto final de las astas de Moosemon. La segunda, la que había irrumpido desde el techo, aún se retorcía débilmente, chamuscada por las llamaradas de Reed y con varias articulaciones destrozadas. Un último rugido se ahogó en su garganta antes de colapsar contra el suelo, dejando tras de sí un charco oscuro que burbujeaba al contacto con la madera podrida. Comenzaron a desintegrarse en datos.

Jorge bajó la linterna y exhaló, agotado.

—Lo logramos… —murmuró, aunque su tono no sonaba a victoria.

Moosemon, aún brillando con el resplandor dorado del Digimental de la Esperanza, bajó la cabeza con solemnidad. Sus ojos transmitían serenidad, pero también advertencia: aquella evolución era un préstamo, no un regalo eterno. Poco a poco, su silueta comenzó a desvanecerse en haces de luz, hasta que Lara, en su forma de Hawkmon, cayó de rodillas, jadeando pero consciente.

—Buen trabajo, Lara —dijo Jorge, inclinándose a ayudarla a levantarse.

Ella sonrió débilmente. —No lo hice sola… tú me diste la fuerza para creer.

Las palabras resonaron en el aire como un bálsamo, pero no todos las recibieron con la misma calidez. Reed, cubierto de hollín y con la capa desgarrada, gruñó entre dientes.

—Creer no mata monstruos —espetó, apartando la mirada del grupo y escupiendo al suelo un reguero de humo—. Lo único que importa es aplastarlos antes de que te aplasten.

Jonah lo observó en silencio, con Yokomon aún en brazos, que respiraba cada vez más tranquila gracias al antídoto. Podía ver la tensión en el rostro de su compañero, esa mezcla de ira y orgullo herido que nunca terminaba de apagarse.

—Reed… —intentó hablar, pero Hackmon le cortó.

—¿Qué? ¿Ahora vas a sermonearme igual que ellos?

Tailmon dio un paso al frente, la cola arqueada y las garras listas. —Tu arrogancia casi nos cuesta la vida. Si no hubiera sido por Moosemon, esas Dokugumon nos habrían devorado vivos.

—¿Y acaso yo no las mantuve a raya? —rugió Reed, sus ojos brillando con un fuego latente—. Si esperaban que un halcón con alas de papel lo resolviera todo, habrían acabado envueltos como insectos en un capullo.

—¡Basta! —Jonah levantó la voz, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Por primera vez en mucho tiempo, no estaba dispuesto a callar.

El silencio que siguió fue incómodo. Incluso los crujidos del edificio parecieron detenerse. Reed lo miró, incrédulo.

—¿Qué dijiste?

—Que basta —repitió Jonah, su voz temblando pero firme—. Estoy harto de que trates a todos como basura. De que me trates a mí como si no importara lo que pienso o siento. Tú… tú eres mi compañero, Reed. No mi carcelero.

Las palabras se clavaron en el aire como cuchillas invisibles. Hawkmon y Tailmon intercambiaron miradas, y Jorge bajó la linterna lentamente, entendiendo que algo más profundo estaba sucediendo.

Hackmon bufó, pero su rugido sonó menos seguro que antes. —¿Compañero? Yo soy quien te mantiene vivo. Si no fuera por mí, serías poco más que alimento para el primer Digimon salvaje que cruzaras.

—Tal vez —admitió Jonah, abrazando con más fuerza a Yokomon—. Pero sobrevivir no es lo mismo que vivir. Y yo… quiero vivir de verdad.

Reed apretó las fauces, pero no respondió. Era como si esa frase le hubiera golpeado en un lugar que no esperaba.

Fue Jorge quien dio un paso adelante. —Reed, lo que Jonah intenta decir es algo que todos sabemos: un Tamer y su Digimon no son simples socios por conveniencia. Son reflejos el uno del otro. Si él está dispuesto a arriesgarse por los demás, ¿por qué tú no puedes hacerlo?

Hackmon lo fulminó con la mirada, pero la intensidad de su rabia había perdido filo. —No entiendes nada, humano.

—Tal vez no —concedió Jorge con calma—. Pero yo sí entiendo a Jonah. Y si él dice que quiere luchar con nosotros, entonces tiene todo el derecho a hacerlo. No necesitas cargarlo tú solo.

Jonah levantó la vista, sorprendido por la defensa de Jorge. Nunca se había sentido tan validado por alguien fuera de Reed.

La tensión se palpaba como un hilo de telaraña a punto de romperse. Tailmon mantenía la guardia alta, Hawkmon respiraba agitada y hasta Cassy, normalmente segura de sí misma, parecía contener el aliento.

Fue entonces cuando un gemido suave rompió el clima enrarecido.

—¿Q-qué… está pasando?

Todos giraron hacia el boquete cubierto de escombros. Una figura temblorosa se asomaba entre los ladrillos caídos: una joven de cabello negro azabache, con el rostro pálido y los ojos hundidos por el cansancio. Sus manos estaban lastimadas, como si hubiera estado horas arañando la pared desde dentro.

—Eris… —susurró Jonah, al reconocer el nombre que Yokomon había pronunciado antes.

La chica parpadeó, confusa al ver al grupo y, sobre todo, al Digimon encapuchado aún con brasas danzando alrededor de su cuerpo.

—¿Han… venido por mí?

Jorge reaccionó de inmediato. —Sí, Eris. Somos de la Central. Estamos aquí para sacarte de este lugar.

La joven vaciló, como si no pudiera creerlo, pero la visión de Yokomon, aún débil pero viva en brazos de Jonah, le arrancó una lágrima.

—Yokomon…

El reencuentro estuvo a punto de aliviar toda la tensión acumulada, pero Reed no apartó la mirada del grupo. Se mantenía rígido, con los colmillos apretados, como si aquella escena de unión le resultara insoportable.

—Podemos hablar de sentimientos cuando estemos fuera —gruñó finalmente, dándoles la espalda—. No voy a quedarme aquí esperando a que aparezca otro enjambre.

Jonah lo siguió con la mirada, su corazón dividido. Sabía que Reed no lo diría en voz alta, pero algo en él había cambiado tras escucharle. Quizá era solo una grieta en su armadura de desconfianza, pero era la primera desde que lo conocía.

Y mientras ayudaban a Eris a salir de entre los escombros, Jonah no pudo evitar pensar que la verdadera batalla no había sido contra las Dokugumon, sino contra los muros invisibles que separaban a Reed del resto. Muros que, poco a poco, empezaban a agrietarse.

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Los dos varones ayudaron a Eris a salir de su improvisado refugio. Al principio se ofrecieron a asistirle, pero demostró tener la fuerza suficiente para caminar por sus propios medios, incluso rechazó la oferta de Jonah de continuar llevando a Yokomon en brazos para encargarse ella misma; algo a lo cual la Digimon no se negó.

Les dio un breve resumen de su desdichada odisea: habían sido enviadas ahí por la Central porque los vecinos de aquel edificio en ruinas habían avistado a un Dokugumon y, temerosos a que la araña decidiese salir de su refugio en búsqueda de presas, pidieron su exterminio. Por supuesto, ninguno de los vecinos, ni la propia Central, hizo debidamente una investigación: los primeros nunca avistaron a más de una araña y la organización creyó enteramente en la palabra de los solicitantes.

—Así que cuando tú y tu compañera llegaron al lugar se toparon con la sorpresa de que les superaban en número y fuerza —concluyó Jorge, Eris asintió con pesadez.

—Nuestro plan inicial era obligar a Dokugumon salir de su escondite y llevarla al exterior, de esa manera Yokomon podría haber luchado en igualdad en su forma Adult —suspiró la chica—, pero apenas nos adentramos al lugar una araña bloqueó la entrada y otra comenzó a perseguirnos… Y entonces… —las palabras salieron atropelladas.

—Le dije que buscara un refugio mientras yo las distraía —continuó Yokomon, en su rostro y tono de voz aún podía verse un notorio cansancio y malestar, pero sin duda alguna ya estaba fuera de peligro—. Sirvió de poco, pronto me atraparon.

Jonah esbozó una ligera sonrisa al escuchar aquello, de cierta forma se sentía orgulloso por Yokomon, aunque la mueca se esfumó cuando una pregunta surcó por su cabeza: de haber estado en la misma situación, ¿acaso Reed habría hecho lo mismo, es decir, poner en riesgo su propia vida con tal de salvar la suya? Era verdad que Hackmon le había estado protegiendo a su manera, y desde la distancia, tras haberse formado su vínculo, pero en ninguna de aquellas ocasiones la vida del encapuchado había estado realmente en peligro, ni siquiera cuando ese ejército de Kodokugumon les emboscó en el pasillo, la forma en cómo las eliminaba sin esfuerzo se lo confirmó.

—Si tan solo hubiera sido más precavida —soltó Eris, frustrada—, tal vez haber enviado una Digimemory como señuelo…

—Uno nunca sabe con qué va a toparse durante una Quest
—le respondió Jorge con un tono firme, aunque no parecía estarla regañando—. Es verdad que se puede ser cuidadoso, incluso tomar algunas medidas de seguridad, pero siempre habrá factores que no controlamos. Además, desconocías la situación real, así como nosotros cuando llegamos.

—Gracias, significa mucho escuchar algo así de alguien con tanto renombre.

—Que va
—el castaño movió su mano para restarle importancia al asunto—, solo soy honesto, cualquier persona te diría lo mismo.

—¿A qué te refieres con renombre?
—Jonah preguntó con aire inocente, tanto Eris como Jorge lo miraron.

—¿No… lo conoces? —La chica parpadeó, confundida—. Creía que como venían juntos eran compañeros de Guild o amigos…

—Conocí a Jorge esta mañana.

—Bueno, él es un Expert y de una Guild bastante conocida en todo el Digital World: Caliburn
—explicó—. No sabes en la de cosas en las cuales se han metido, podríamos decir que todos sus integrantes son famosos y Jorge aquí no es la excepción.

Jonah parpadeó sorprendido ante aquella revelación, al dirigir su atención hacia Velázquez este se limitó a rascarse la nuca y desviar su atención a otra parte, como si le fuese indiferente el asunto, o más bien, evitando profundizar en este. La verdad es que el peliplata había intuido que Jorge era, en efecto, un Tamer con algo de experiencia sobre sus hombros cuando lo vio en la Central, aunque claro, jamás habría imaginado que fuese una figura tan reconocida entre Tamers.

—El acceso al primer piso sigue bloqueado —Lara ladeó la cabeza al mirar los enormes escombros que les salvaron la vida durante el primer combate—, tendremos que buscar otra salida.

—Puedo abrirnos paso sin problemas
—Hackmon agitó su cola de un lado a otro, después se escuchó un sonido metálico y su extremidad quedó tan recta como si estuviese hecha de puro metal, acto seguido la mitad de la misma comenzó a girar como si de un taladro se tratase.

—¿Llevabas un taladro contigo y no nos lo dijiste? —le reprochó la halcón—, pudimos liberar a Eris usándolo.

—Tu humano dijo que tenía una herramienta para hacerse cargo de eso, ¿no?
—el encapuchado ni siquiera miraba a Lara, estaba tanteando el piso y paredes alrededor del bloqueo, como asegurándose de que la estructura fuese a soportar el embate de su técnica—, además, prefiero ahorrar mis energías para cosas en verdad necesarias.

—¿Y qué seria eso?
—preguntó, cruzando sus alas.

—Pelear.

Lara frunció el ceño y fulminó con la mirada al dragón encapuchado.

—Eh… Si ya tenemos a Eris, ¿es necesario que salgamos por la puerta principal? —preguntó Jonah—. Digo, las arañas que nos atacaron cuando llegamos aquí nos emboscaron justo en el primer piso.

—Es verdad, solo tuvieron problemas para llegar aquí por el bloqueo y como desconocemos sus números, es posible que aún queden algunas ahí
—Jorge pareció llegar a la misma conclusión, después desvió la mirada a una de las habitaciones—. Podríamos hacer un agujero para salir al exterior.

—¿Y cómo bajaríamos?, estamos en un segundo piso
—le recordó Cassy.

—Eso es sencillo —le sonrió el castaño, sacando un naipe de su baraja—. ¿Puedes abrirnos camino, Cassy?

Tailmon asintió. Tomó velocidad y comenzó a correr directo hacía una de las habitaciones, después lanzó un puñetazo hacía una de las paredes que antaño debió tener una ventana, ahora sellada por una hilera de ladrillos. Se escuchó algo similar a un estallido, seguido de una nube de polvo que hizo a algunos toser, más pronto el pasillo fue bañado por una nueva fuente de luz.

Un simple gesto de su cabeza fue la señal que Jorge le dio a su compañera para que esta se lanzara por el hueco recién creado, mismo instante en el que él deslizaba una tarjeta por el lector: antes de que la gravedad reclamara el cuerpo de la felina, este mismo comenzó a aumentar de tamaño hasta convertirse en una versión suya de unos tres metros de altura, de modo que cuando su transformación hubo terminado sus píes ya rozaban el suelo. Cassy solo estiró sus garras hacia el agujero por el cual había salido, ofreciendo así a sus compañeros una plataforma por la cual descender.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó un sorprendido Jonah al castaño, este le ofreció la carta para que la mirase más de cerca: el naipe mostraba la imagen de una pieza de ajedrez, la del rey en especifico—. ¿King Device?

—Es una carta que permite aumentar el tamaño del Digimon
—explicó—. ¿Sabes cómo funcionan las cartas, verdad?

—Me explicaron un poco en la Central
—le devolvió el naipe—. Pero no pensaba que hubiera con efectos tan variados.

—Hay de todo tipo, algunas son en verdad muy útiles, otras más situacionales como es el caso de King Device. Son excelentes para cubrir carencias de tu compañero, o para aumentar en gran medida sus habilidades.

—Suenan interesantes, tal vez intente usarlas después
—miró de reojo a Reed, quien seguía montando guardia justo en la entrada de la habitación—. Tal vez cuando mejoren las cosas, ahora mismo creo que sería tirar dinero a la basura.




Más de uno respiro aliviado cuando por fin tocaron el piso de la calle, sin preocupaciones de escuchar un sonido extraño encima de sus cabezas o de toparse con una araña del tamaño de un coche. Sorprendía como el ambiente ahí afuera era tan distinto, similar a comparar el cielo y el infierno: los habitantes de Ciudad File iban a su ritmo, por completo ignorantes de los monstruos que plagaban aquel edificio a tan solo un par de metros de ellos.

—Supongo que ahora llevamos a Eris a la Central y caso resuelto, ¿no? —preguntó Jonah.

—Sí, lo mejor será que la revisen y también a Yokomon —Velázquez se quedó pensativo un instante, girando hacía el edificio—. Aunque el problema de las Dokugumon dudo que esté concluido, ese lugar sigue siendo una amenaza para los alrededores.

—Bueno, ya alguien más podrá encargarse
—sentenció Hackmon.

—Sería mejor que lo demolieran, eso les ahorraría problemas —dijo Lara.

En ese momento se escuchó un sonido estridente que captó la atención de los enviados de la Central: justo ahí donde Cassy había hecho el agujero que usaron de salida, varias grietas se habían diseminado en todas direcciones, prolongándose por varios metros, ramificándose y uniéndose con otras lesiones antiguas en la estructura. Golpes secos retumbaron en las entrañas de la construcción y de los agujeros nubes de polvo fueron regurgitados. Por fin, en un movimiento que pareció ocurrir en cámara lenta, el edificio pareció deslizarse hacía un lado, para acto seguido colapsar sobre sí mismo. Tailmon, aún con su gran tamaño, se apresuró a rodear a los presentes con su cuerpo, protegiéndolos así de una nube de polvo y escombros.

—¡Lara! —le acusó Jorge.

—¿Yo qué?, solo estaba bromeando.

Los residuos tardaron un instante en dispersarse y permitir un poco de visibilidad. Ahí donde antes estuvo aquel edificio ahora quedaba una gran pila de concreto y fierros retorcidos.

—Al menos ahora ya no debemos preocuparnos porque esas arañas lastimen a alguien más —agregó Lara.

Pero tal vez la halcón volvió a hablar antes de tiempo. La pila de escombros comenzó a agitarse aquí y allá, hasta que por fin las criaturas ahí debajo consiguieron salir al exterior. Cuatro Dokugumon se las habían arreglado para sobrevivir a la destrucción de su nido y ahora lanzaban al aire chillidos, mientras movían sus cabezas buscando algo. No parecían interesadas en atacar, más bien…

—¡Hay que detenerlas, buscan dónde esconderse! —alertó Jorge.

Ahora que su hogar se les fue arrebatado, la prioridad de aquellos seres sería sin duda refugiarse para garantizar su seguridad, el problema claro es que se encontraban en plena ciudad, cualquier edificio o rincón en el cual posaran su atención estaría ocupado por otros habitantes, o bien, convertiría a inocentes transeúntes en potenciales presas de esas criaturas salvajes.

Tailmon dio un paso hacía el frente, atrayendo la atención de las Dokugumon al instante, sin embargo, apenas se preparaba para hacerles frente cuando su tamaño comenzó a reducirse hasta volver a la normalidad y por ende, perdiendo su imponente porte. Aún así, la felina no dudó en cortar distancias con el objetivo más cercano y acertar uno de sus puñetazos en su cara.

—Reed, le vendría bien algo de ayuda a Cassandra —el peliplata se giró hacía su compañero, quien a pesar de todo se había quedado sentado, limitándose a observar.

—Dijeron que la misión era rescatar a esa humana —respondió en seco—. Y esas Dokugumon no nos están atacando, ustedes quieren eliminarlas.

—No podemos dejarlas aquí, son un peligro para los demás
—señaló una tienda cercana, un Elecmon que parecía ser el dueño estaba cerrando sus puertas y dentro podían verse a otros Digimon, posibles refugiados que decidieron esconderse al comprender lo que estaba pasando.

—Alguien más puede encargarse —frunció el ceño.

—¿Te sería más fácil ayudar si saliese corriendo hacia ellas? —Jonah y Reed intercambiaron miradas afiladas—, porque si de eso se trata, puedo hacerlo.

El duelo duró unos cuantos segundos hasta que el encapuchado se rindió levantándose mientras soltaba un gruñido de evidente molestia. Pronto, la figura de Hackmon se convirtió en una mancha rojiza y blanca moviéndose por los escombros, hasta por fin reaparecer unos metros sobre una de las arañas. Para cuando esta se percató de su presencia ya tenía al dragón encima suyo, realizando una serie de zarpazos contra su lomo.

Jonah miró emocionado a su compañero entrando en acción. Tal vez el hecho de amenazarlo le dejaba un sabor amargo, pues en cierta forma sabía que en el fondo estaba actuando en contra de su voluntad, pero al menos sentía que por fin comenzaba a dar sus primeros pasos como Tamer.


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El polvo aún flotaba en el aire, como un velo gris que se resistía a disiparse tras el derrumbe. El estruendo del edificio cayendo sobre sí mismo todavía resonaba en los oídos de los presentes, pero no tuvieron tiempo de procesar el caos. Frente a ellos, en lo alto de los escombros, los cuatro Dokugumon liberados agitaban sus patas con furia, escupiendo hilos de seda como si intentaran reconstruir de inmediato el refugio que habían perdido.

Los chillidos agudos de las arañas desgarraban la tranquilidad de las calles exteriores, provocando que algunos transeúntes rezagados corrieran despavoridos. El contraste era brutal: a pocos metros, Ciudad File seguía su rutina, ignorante de la tragedia, mientras que en esa frontera entre lo urbano y lo ruinoso, la amenaza apenas comenzaba.

—¡Se van a dispersar! —advirtió Jorge, viendo cómo dos de las Dokugumon se deslizaban en direcciones opuestas, buscando puntos donde refugiarse.

Tailmon dio un salto hacia delante, los músculos tensos como resortes listos para la acción. —No las podemos dejar escapar.

Hackmon permaneció firme unos segundos, observando la escena con aparente desdén. Jonah lo miró de reojo y notó cómo la cola del dragón rojiblanco se movía con impaciencia, a pesar de su pose fría.

—Reed… si las dejamos ir, habrá víctimas —le dijo en voz baja.

El Digimon no contestó, pero sus garras se clavaron en el suelo, como aceptando a regañadientes que tendría que intervenir.

Eris, por su parte, no perdió tiempo. Abrió su bolsillo y sacó un pequeño estuche metálico donde guardaba las Digimemories. Sus manos temblaban, no tanto por miedo, sino por la presión de tener que estar a la altura de quienes la habían salvado. Yokomon, aún débil, se aferró a su hombro con un gesto serio.

—No intentes enfrentarte a ellas de frente —aconsejó Jorge con rapidez—. Apóyanos con lo que tengas.

—Eso planeo —respondió ella, tomando una de las cartas y deslizándola en su lector. Una luz resplandeciente se liberó en forma de datos que se condensaron frente a ella—. ¡Digimemory, Kokatorimon!

De la luz emergió la figura de un ave grotesca, su pico curvado y sus alas desplumadas agitándose con un graznido ensordecedor. El monstruo no duró más de un par de segundos en su invocación, pero fue suficiente: un rayo extraño, de tono amarillento, salió disparado hacia una Dokugumon que intentaba huir por los escombros. En un instante, la criatura quedó petrificada, su cuerpo endurecido como piedra.

—¡Cassy, ahora! —ordenó Jorge.

La felina no dudó. Sus garras brillaron y, con un salto, cayó sobre la Dokugumon inmovilizada, destrozando parte de su exoesqueleto antes de que la petrificación se deshiciera. El chillido de la araña retumbó en el aire, pero ya era demasiado tarde para recuperarse.

Mientras tanto, otra de las Dokugumon había apuntado sus colmillos hacia los humanos, lanzando un chorro de telaraña en dirección a Jonah y Eris. Hackmon se interpuso de golpe, cortando los hilos con un zarpazo veloz.

—No bajes la guardia —gruñó el dragón al peliplata—. Eres un blanco fácil.

Jonah apretó los dientes, molesto por el comentario, pero en el fondo agradecido. Sentía la presión, pero también una chispa de emoción: por primera vez, Reed estaba luchando de verdad a su lado.

La batalla se intensificó cuando una de las Dokugumon saltó hacia Lara. La halcón, en forma de Hawkmon, esquivó por instinto, aunque quedó claro que no resistiría mucho en ese nivel.

—¡Necesito espacio! —avisó.

El terreno abierto, lejos de los muros claustrofóbicos del edificio derrumbado, era ideal. Una luz dorada envolvió su cuerpo, y de pronto Hawkmon se transformó en un majestuoso Aquilamon. Sus alas enormes cortaron el aire con fuerza, levantando una ráfaga de viento que desestabilizó a las arañas cercanas.

—¡Perfecto! —gritó Jorge desde abajo—. ¡Lara, mantenlas en el aire!

El ave respondió con un chillido potente y se abalanzó sobre otra de las Dokugumon, alzándola con las garras para impedir que alcanzara a los humanos. Aunque la bestia se retorcía y lanzaba telarañas desesperadas, Aquilamon la zarandeaba con violencia, buscando un ángulo para lanzarla contra el suelo.

En ese instante, Eris volvió a deslizar otra memoria. —¡Digimemory, Garurumon!

El lobo plateado apareció con un rugido, liberando llamas azuladas en un ataque de Fox Fire que envolvió las telarañas lanzadas hacia Aquilamon, reduciéndolas a cenizas. El ave aprovechó y estrelló a la araña contra el pavimento, levantando un estruendo seco.

El campo de batalla era un caos calculado: Cassy enfrentaba de frente a una Dokugumon, cortando hilos y esquivando mordidas. Hackmon era un torbellino en miniatura, distrayendo a otra con zarpazos veloces, evitando que se acercara demasiado a Eris o Jonah. Aquilamon dominaba el cielo, asegurando que las arañas no pudieran escapar ni dispersarse. Eris jugaba a ser estratega de soporte, sus Digimemories abriendo espacios en los momentos justos.

Sin embargo, las Dokugumon no eran presa fácil. Una de ellas, enfurecida, lanzó un chorro de veneno que rozó a Cassy, obligándola a retroceder. Jorge deslizó una carta rápidamente para darle velocidad extra a la felina, que apenas logró esquivar un segundo ataque.

—¡Jonah, mantente cerca de Eris! —ordenó el periodista, manteniendo la calma a pesar de la tensión—. Reed no puede cubrirlos todo el tiempo.

El peliplata asintió, aunque su orgullo le dolió. Quería demostrar que podía aportar más que solo quedarse quieto. Apretó el puño, decidido a no volver a ser un simple espectador.

La tierra tembló bajo sus pies cuando Aquilamon descendió en picada contra una de las arañas, atravesando su caparazón con un potente embate. Pero incluso con aquella demostración de fuerza, las criaturas seguían resistiendo, su instinto de supervivencia manteniéndolas en la lucha.

Hackmon se acercó a Jonah, su respiración agitada por la velocidad con que se movía. —No pienses que esto es un juego —advirtió sin mirarlo directamente.

—No lo hago —respondió Jonah con seriedad, sorprendiéndose de escuchar firmeza en su propia voz.

La batalla seguía en un equilibrio frágil. Por cada araña herida, otra recuperaba terreno con ataques desesperados. Eris se preparaba para usar otra memoria, Cassy y Jorge apenas mantenían su ventaja, Aquilamon rugía con furia, y Hackmon… Hackmon era un filo rojizo en movimiento, una sombra entre las telarañas.

Pero mientras los cinco protagonistas peleaban con todo lo que tenían, una sensación inquietante comenzaba a crecer. Las Dokugumon peleaban con una ferocidad extraña, casi coordinada. Y si esas cuatro estaban fuera… ¿no significaba eso que en lo más profundo de aquel enjambre había algo más grande, más peligroso, dándoles órdenes?

La pregunta, aunque nadie la formuló en voz alta, flotaba en el aire como un presagio inevitable.

El fragor del combate retumbaba aún entre los escombros cuando un silencio extraño cayó sobre el campo de batalla. El polvo comenzaba a asentarse, dejando a la vista las figuras de los cinco Tamers y sus Digimon, jadeando por el esfuerzo. Tres Dokugumon yacían debilitadas, sus cuerpos retorcidos sobre el pavimento. Una cuarta aún forcejeaba, pero Aquilamon la tenía sujeta contra el suelo, presionándola con las garras.

Era una victoria parcial, una que debería haber aliviado a los presentes. Sin embargo, un escalofrío recorrió a todos. Una vibración extraña, casi como un pulso orgánico, surgió desde lo profundo de la pila de escombros que alguna vez fue el edificio.

—¿Lo sienten? —murmuró Eris, apretando con fuerza su lector de memorias. Yokomon, en su hombro, se tensó de inmediato.

Hackmon giró la cabeza hacia la montaña de ruinas. Sus ojos amarillos brillaron con una chispa de alerta, algo que pocas veces dejaba entrever. —Viene algo más grande.

El presentimiento se confirmó de inmediato. Los escombros comenzaron a moverse como si algo enorme reptara bajo ellos. Grietas se abrieron en el suelo, levantando polvo y piedras, hasta que de pronto, un chillido gutural y metálico desgarró el aire.

De la pila emergió una figura descomunal. Su cuerpo tenía la silueta de una mujer demoníaca, de piel pálida y cabello azabache, pero de su cintura para abajo se extendía el torso de una gigantesca araña negra. Sus ojos brillaban con un fulgor carmesí, y cada uno de sus movimientos exudaba autoridad.

—¡Archnemon! —exclamó Jorge con el rostro endurecido. No era la primera vez que se enfrentaban a una, y había sido duro.

No era solo una Dokugumon más. Era la Reina.

La criatura extendió los brazos, de cuyos dedos surgían hebras brillantes de seda afilada. Con un simple gesto, cortó uno de los escombros cercanos como si fuera mantequilla. La tensión en el ambiente se multiplicó.

—Así que había alguien al mando… —susurró Jonah, sintiendo el peso de aquella revelación.

Archnemon avanzó lentamente, y con cada paso su abdomen se agitaba. De las rendijas ocultas surgieron diminutas siluetas negras: decenas de Kodokugumon que se escabulleron por las grietas, buscando expandirse como una plaga.

—¡Spider Thread! —rugió la Reina, y lanzó una lluvia de hilos metálicos en abanico.

Cassy reaccionó al instante, interponiéndose frente a Jorge y cortando la mayor parte con sus garras, aunque algunas rozaron el suelo y dejaron cicatrices profundas en el concreto.

—¡Separo líneas, no dejen que los atrape a todos de una vez! —ordenó Velázquez.

Aquilamon batió sus alas, elevándose para distraer a la enemiga desde arriba, pero Archnemon levantó una mano y disparó un haz de telarañas pegajosas. El ave apenas logró esquivar el impacto directo, aunque parte de su ala quedó cubierta, dificultándole el vuelo.

—¡Maldita! —bufó Lara, agitando con fuerza para liberarse.

Eris apretó los dientes. No podía perder la calma ahora. Sacó una nueva carta y la activó. —¡Digimemory, Leomon!

El león guerrero apareció envuelto en un aura de energía. Con un rugido, lanzó un Fist of the Beast King, una onda dorada en forma de cabeza de león que impactó contra los hilos de seda que cubrían el ala de Aquilamon, rompiéndolos al instante.

—¡Gracias! —gritó Lara desde el aire, retomando altura.

Jonah, mientras tanto, observaba a Hackmon que permanecía inmóvil, mirando fijamente a Archnemon. El dragón rojiblanco parecía analizarla, como si midiera la diferencia de poder.

—Reed, ¡necesito que te muevas! —insistió Jonah.

Un gruñido bajo fue la única respuesta antes de que Hackmon se lanzara hacia adelante. Sus garras brillaron mientras interceptaba a uno de los hilos que apuntaban a Eris. A pesar de la rudeza de su tono, su cuerpo se interponía una y otra vez entre la Reina y los humanos.

Archnemon sonrió con desdén. —No comprenden lo que enfrentan.

Su abdomen se agitó con violencia, y del interior brotaron varias Dokugumon más pequeñas, lanzadas al campo como armas vivientes. —¡Predation Spider!

Las criaturas cayeron en medio del grupo, atacando con desesperación. Tailmon fue la primera en reaccionar, esquivando una mordida para contraatacar con un zarpazo que lanzó a una de las pequeñas arañas contra la pared.

—¡Son interminables! —gruñó Cassy, retrocediendo a un lado de Jorge.

La situación se tornaba insostenible. Cada movimiento de Archnemon parecía multiplicar la presión sobre ellos.

—Eris, ¿tienes algo más? —preguntó Jorge, bloqueando con otra carta un hilo que casi le corta el brazo.

La chica ya había preparado su siguiente jugada. —¡Digimemory, Angemon!

Un destello de luz sagrada iluminó el campo. La silueta angelical descendió con las alas extendidas, y en un instante, liberó un Heaven's Knuckle, un puñetazo cargado de energía divina que golpeó directamente el abdomen de Archnemon. La Reina retrocedió unos metros, sorprendida por la fuerza de aquel ataque.

—¡Bien hecho! —celebró Jonah, viendo la primera reacción de dolor en la enemiga.

Pero la respuesta no tardó. Archnemon abrió la boca y exhaló un denso gas verdoso que se expandió rápidamente. —¡Acid Mist!

La nube ácida se extendió por el campo, corroyendo el metal de los escombros y haciendo arder la garganta de quienes la inhalaban.

—¡Atrás, todos! —ordenó Jorge, cubriéndose con el brazo.

Aquilamon batió sus alas con fuerza, intentando disipar la niebla, mientras Hackmon saltaba ágilmente para evitar quedar atrapado en ella. Cassy cargó hacia un costado, pero parte del gas rozó su pelaje, arrancándole un gruñido de dolor.

Jonah sintió cómo el pánico amenazaba con apoderarse de él, pero al ver a Reed enfrentando la bruma sin dudar, encontró una chispa de valor. —¡No vamos a perder aquí!

La batalla estaba lejos de terminar. Aunque habían demostrado coordinación y resistencia, la presencia de Archnemon superaba cualquier amenaza previa. No bastaba con resistir: tenían que encontrar una forma de cortar de raíz a la Reina antes de que más Dokugumon inundaran la ciudad.

Y en ese instante, todos comprendieron lo mismo: lo que estaba en juego ya no era una Quest más. Era la seguridad de Ciudad File entera.

La niebla ácida aún flotaba en el aire, quemando gargantas y obligando a los Tamers a retroceder. Archnemon, erguida en medio de aquel campo envenenado, parecía una emperatriz invencible, moviendo sus múltiples patas con la seguridad de quien sabe dominar a su presa. Cada uno de sus movimientos rezumaba un odio frío, calculado.

Jorge apretó los dientes. Podía sentir cómo el ánimo de sus compañeros flaqueaba. Eris respiraba con dificultad, cubierta de sudor; Jonah observaba a Reed, esperando una señal de cooperación que nunca llegaba; Lara luchaba por mantener a Aquilamon en el aire a pesar del cansancio; y Cassy, aunque herida, seguía firme, bloqueando a las pequeñas Dokugumon que no dejaban de brotar del abdomen de la Reina.

—Si no la paramos aquí —susurró Velázquez, con el ceño fruncido—, esta ciudad no va a sobrevivir.

Archnemon abrió los brazos de nuevo. Los hilos plateados de sus dedos comenzaron a brillar con intensidad, y de su abdomen otra oleada de Kodokugumon se desbordó hacia las calles.

—¡Predation Spider! —rugió la Reina, liberando a decenas de pequeñas arañas que corrían hacia todos los rincones.

Cassy retrocedió con un gruñido, Tailmon a su lado. —¡No podemos contenerlas a todas!

Eris sacó una carta con decisión, la deslizó con firmeza y gritó: —¡Digimemory, Kabuterimon!

Un rugido eléctrico se escuchó en el aire. La silueta del gran escarabajo azul apareció tras ella, y su aura cubrió a Tailmon y Aquilamon al mismo tiempo. —¡Electro Shocker!

Un rayo de energía cayó en espiral, impactando contra un grupo de Kodokugumon y paralizándolas al instante. Su cuerpo quedó rígido, permitiendo que Cassy las derribara de un solo golpe.

—¡Buen apoyo, Eris! —gritó Lara, aprovechando la apertura.

Aquilamon batió sus alas con fuerza, y la luz de la Digimental resonó en su pecho. Su silueta cambió, extendiéndose hasta adoptar la forma majestuosa de Garudamon X, la guerrera alada cubierta por un plumaje carmesí incandescente. Su grito retumbó en todo el campo, infundiendo un nuevo aire de esperanza al equipo.

—¡Garudamon! —Lara extendió los brazos, el corazón latiendo con fuerza.

Archnemon alzó su cabeza, sorprendida por la súbita aparición. —Una evolución de ese nivel… ¿crees que basta para derrotarme?

El choque fue inmediato. Garudamon descendió como un meteoro en llamas, embistiendo a la Reina con un rodillazo que la obligó a retroceder varios metros. Las patas de araña se clavaron en el concreto para detener la embestida, pero las chispas de fuego que ardían sobre su exoesqueleto la hicieron soltar un chillido gutural.

—¡Sigue presionándola! —ordenó Jorge.

Garudamon agitó las alas y liberó un Shadow Wing, una llamarada en forma de ave que se estrelló contra el torso de Archnemon, envolviéndola en llamas. Pero la Reina respondió de inmediato, exhalando otra nube de Acid Mist que contrarrestó parte del ataque y corroyó el suelo bajo sus pies.

El enfrentamiento se volvió titánico: la colisión de fuego y ácido creaba explosiones que iluminaban las calles como si fueran relámpagos en plena tormenta.

Jorge apretó los puños. Sabía que esa fuerza sola no sería suficiente. Sacó un naipe, pero esta vez no lo deslizó en el lector. Cerró los ojos, y en su interior buscó esa chispa que tantas veces había sentido en situaciones límite.

Un aura anaranjada comenzó a emanar de su brazo derecho. El Digisoul ardía como una llama indomable.

—¡Lara! —gritó, levantando el brazo—. ¡Transfiere esto a Garudamon!

La guerrera alada se volvió hacia él, y al recibir aquella oleada de energía, sus alas se expandieron en llamas doradas. Su cuerpo entero vibró con un nuevo poder, uno que superaba lo que Lara sola podía ofrecerle.

—¡Ahora, acaba con ella!

Garudamon rugió, extendiendo ambas lanzas de fuego que emergieron de sus brazos. Con un aleteo cargado de energía, se lanzó directo contra Archnemon.

La Reina intentó interponer sus hilos con Spider Thread, creando un muro de seda metálica frente a ella, pero Garudamon lo atravesó como si fuera papel. De un solo impulso, la Digimon alada empaló a Archnemon con ambas lanzas de fuego, atravesando su abdomen y levantándola varios metros en el aire.

El chillido que escapó de la Reina fue desgarrador, reverberando entre los edificios como un eco maldito. Sus patas se agitaron en todas direcciones, pero poco a poco el fuego dorado la consumió desde dentro.

Finalmente, el cuerpo de Archnemon estalló en fragmentos de datos que se dispersaron en el aire como chispas negras, purificadas por las llamas de Garudamon.

—¡Sí! —Lara gritó con júbilo, al borde de las lágrimas.

Pero la batalla aún no había concluido. Decenas de Kodokugumon seguían con vida, esparciéndose por las calles como un enjambre.

—Cassy, ¡es tu turno! —ordenó Jorge.

El castaño deslizó dos cartas en su lector con un movimiento preciso. —¡Carta activada: Phoenixmon's Wings!

Las alas de fuego carmesí se desplegaron en la espalda de Tailmon, envolviéndola en un aura imponente. Cassy sonrió con confianza, sabiendo exactamente lo que su compañero pretendía.

Con un salto, ascendió varios metros en el aire y abrió las alas de par en par. La energía dorada comenzó a concentrarse en cada pluma, brillando como diminutas estrellas.

—¡Starlight Explosion!

Un torrente de luz dorada descendió sobre el enjambre. Cada partícula que tocaba a los Kodokugumon purificaba su oscuridad, haciéndolos gritar antes de desintegrarse en datos. En cuestión de segundos, las calles quedaron libres de las criaturas, como si la aurora hubiese barrido la noche.

Cuando Tailmon descendió suavemente al suelo, plegando las alas ardientes, el silencio volvió a reinar. El polvo se disipaba, y por primera vez en mucho tiempo, el aire era limpio, sin veneno ni hedor a telarañas.

Jonah se dejó caer de rodillas, jadeando. —Lo logramos… de verdad lo logramos.

Reed permaneció en silencio, aunque Hackmon, a su lado, bajó la cabeza como admitiendo la magnitud de la victoria.

Eris abrazó a Yokomon con fuerza, aliviada de que su sacrificio no hubiese sido en vano. —Gracias… todos ustedes.

Jorge, aún con el aura de Digisoul disipándose en su brazo, sonrió con cansancio. —La misión está cumplida. Archnemon ya no volverá a amenazar esta ciudad.

La batalla había terminado, y aunque sus cuerpos estaban exhaustos, sus espíritus ardían con la certeza de haber alcanzado algo más que una victoria. Habían demostrado que, juntos, podían hacer frente incluso a la oscuridad más implacable.

El campo de batalla había quedado en silencio. Lo único que rompía la quietud era el crepitar de los escombros aún humeantes y el batir cansado de las alas de Aquilamon, que tras la intensa lucha había vuelto a su forma Rookie, Hawkmon, cayendo rendido junto a Lara.

Cassy, exhausta pero erguida, bajó las alas ardientes de Phoenixmon que aún resplandecían en su espalda y las dejó desvanecerse como chispas en el aire. Sus ojos violetas seguían firmes, alertas, hasta asegurarse de que ninguna de las Kodokugumon hubiera sobrevivido a la purificación.

Jorge respiraba hondo, apoyado sobre una rodilla. El eco de la Digisoul aún vibraba en su brazo derecho, recordándole que había llegado a un límite peligroso. Aun así, ver la figura imponente de Garudamon atravesando a Archnemon había valido cada fibra de energía que entregó.

Eris, en cambio, estaba arrodillada con Yokomon entre los brazos, aliviada de que su pequeña hubiese resistido tanto sufrimiento. Aunque aún se notaba débil, la flor rosada parecía relajada por primera vez desde su encuentro con los Dokugumon.

Y luego estaba Jonah. El peliplata miraba a Reed en silencio. Hackmon, sentado a unos metros, observaba el campo de datos dispersos con aparente indiferencia. Pero Jonah, en su pecho, sabía que aquel silencio era más elocuente que cualquier palabra.



—Parece… que todo acabó —susurró Lara, limpiándose el sudor de la frente.

—Por ahora —corrigió Jorge con seriedad. Se levantó, sacudiéndose el polvo de la ropa y mirando hacia los restos del edificio colapsado—. No podemos olvidar que la raíz de este problema fue la negligencia de la Central. Nunca investigaron la magnitud de la amenaza. Si no hubiésemos llegado a tiempo, Archnemon podría haber sembrado el caos en toda Ciudad File.

Eris bajó la mirada, asintiendo en silencio. Ella había sido la primera en recibir el peso de esa irresponsabilidad.

—La Central… siempre tiene prisa por cerrar casos —murmuró—. Nunca pensé que aceptar esta Quest fuese a ser una sentencia de muerte para nosotras.

—Pero no lo fue —Cassy puso una mano en su hombro, suave pero firme—. Porque decidiste resistir. Eso también cuenta.

Eris forzó una sonrisa, agradecida.

Jonah, por su parte, se aclaró la garganta. Su voz salió algo insegura: —Entonces… ¿ya podemos regresar?

Jorge asintió. —Sí. Llevaremos a Eris y a Yokomon a la Central, que las examinen. Luego reportaremos todo lo que vimos aquí: desde los enjambres hasta la Reina.

—¿También que había una Archnemon? —preguntó Lara.

—Sobre todo eso —respondió Jorge con dureza—. Una Archnemon en una ciudad como esta es una amenaza de nivel estratégico. La Central debe saberlo.

Hackmon bufó, sin moverse de su sitio. —¿Y de qué servirá? Sólo encontrarán otra forma de encubrirlo o minimizarlo.

La mirada de Jorge se clavó en él, incómoda, como si quisiera replicar pero al mismo tiempo reconociera algo de verdad en esas palabras.

Jonah dio un paso hacia su compañero, con las manos en los bolsillos. —Reed… luchaste al final. Lo vi. Y aunque haya sido a tu manera, ayudaste.

Hackmon no respondió, solo bajó los ojos, molesto.




El camino de regreso a la Central fue mucho más tranquilo que la llegada. Los transeúntes de Ciudad File, que se habían refugiado al escuchar los ruidos de batalla, comenzaban a salir de sus escondites. Miraban con sorpresa las figuras de los Tamers y sus Digimon, cubiertos de polvo, sudor y pequeñas heridas, pero también con la satisfacción de quienes habían salvado a la ciudad de un destino incierto.

Un Elecmon, el mismo que minutos antes había cerrado su tienda apresuradamente, se acercó con cautela. —Oigan… gracias por lo que hicieron. No sé qué pasó exactamente, pero… se veía desde lejos. Esos destellos de fuego… esas alas de luz…

Lara inflaba el pecho con orgullo.

—No fue solo cosa nuestra —intervino Jorge, con modestia—. Todos aquí aportamos lo que teníamos.

Eris bajó la cabeza, apretando contra su pecho a Yokomon. Susurró, casi inaudible: —Sí, todos…



Ya en la Central de Tamers, el ambiente cambió. El edificio se erguía solemne, con sus pantallas mostrando noticias de pequeñas victorias diarias, Quests resueltas, anuncios de Guilds en busca de nuevos miembros. Todo parecía en calma, como si las cicatrices de lo vivido allá fuera no tuvieran cabida en ese interior pulcro.

Pero cuando el grupo entró, cubierto de heridas y con rostros serios, más de uno levantó la vista. Se escucharon murmullos: el nombre de Jorge, reconocido por algunos, mezclado con preguntas sobre qué habría pasado.

Fueron recibidos en la sala de informes. Allí, tras entregar a Eris y Yokomon a los equipos médicos, Jorge comenzó su exposición. Con tono firme, narró cada detalle: la emboscada inicial, los enjambres interminables, la aparición de múltiples Dokugumon, y finalmente, la evolución a Archnemon. No omitió nada.

El agente que tomaba nota parecía cada vez más incómodo. —Una… Archnemon en Ciudad File. ¿Está seguro?

—Lo vi con mis propios ojos —respondió Jorge, clavando sus palabras como cuchillas—. Y la destruimos. Pero no puedo garantizar que no existan más nidos ocultos.

Silencio.

Finalmente, el agente asintió, con el rostro rígido. —Su informe será enviado a la directiva. La Quest… se dará por cumplida.

Jonah sintió un vacío extraño. ¿Eso era todo? ¿Un simple "cumplida", después de todo lo que habían arriesgado?

Eris, desde la camilla donde la atendían, pareció leer su pensamiento. —Así funciona… te acostumbras.

Jorge bajó la mirada, pero no replicó. Sabía que era cierto.



Más tarde, cuando por fin pudieron descansar en el patio de la Central, la tensión entre ellos se alivió un poco. Lara compartía comida con Cassy, ambas riendo entre suspiros de agotamiento. Eris, aún débil, agradecía a Jonah con una sonrisa tímida. Y Jorge, sentado en silencio, dejaba que el viento nocturno acariciara su rostro.

Reed, en cambio, se mantuvo a un lado, como siempre. Jonah se acercó, indeciso.

—Reed… sé que no lo hicimos perfecto. Y sé que tú… piensas distinto a todos los demás. Pero… si no hubieras estado, yo no estaría aquí.

Hackmon lo miró de reojo. —No confundas proteger tu vida con aceptar tu forma de actuar.

Jonah se mordió el labio, pero al final sonrió, pequeño, decidido. —Pues me esforzaré en demostrarte que vale la pena.

Hackmon no respondió. Pero, por primera vez, no desvió la mirada.



La misión había concluido. El edificio se había derrumbado, la Reina había caído y las calles estaban a salvo. Pero para Jorge, Jonah, Eris y sus compañeros, aquello no era un final. Solo era un recordatorio: el mundo digital siempre escondía amenazas más grandes, más oscuras, esperando en las sombras.

Y cuando llegara el próximo desafío, sabían que tendrían que enfrentarlo juntos, aunque los lazos que los unían aún fueran frágiles y tensos.

Porque en ese mundo, donde humanos y Digimon compartían un destino incierto, cada batalla era también un paso hacia algo más grande.

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