El polvo aún flotaba en el aire, como un velo gris que se resistía a disiparse tras el derrumbe. El estruendo del edificio cayendo sobre sí mismo todavía resonaba en los oídos de los presentes, pero no tuvieron tiempo de procesar el caos. Frente a ellos, en lo alto de los escombros, los cuatro Dokugumon liberados agitaban sus patas con furia, escupiendo hilos de seda como si intentaran reconstruir de inmediato el refugio que habían perdido.
Los chillidos agudos de las arañas desgarraban la tranquilidad de las calles exteriores, provocando que algunos transeúntes rezagados corrieran despavoridos. El contraste era brutal: a pocos metros, Ciudad File seguía su rutina, ignorante de la tragedia, mientras que en esa frontera entre lo urbano y lo ruinoso, la amenaza apenas comenzaba.
—¡Se van a dispersar! —advirtió Jorge, viendo cómo dos de las Dokugumon se deslizaban en direcciones opuestas, buscando puntos donde refugiarse.
Tailmon dio un salto hacia delante, los músculos tensos como resortes listos para la acción. —No las podemos dejar escapar.
Hackmon permaneció firme unos segundos, observando la escena con aparente desdén. Jonah lo miró de reojo y notó cómo la cola del dragón rojiblanco se movía con impaciencia, a pesar de su pose fría.
—Reed… si las dejamos ir, habrá víctimas —le dijo en voz baja.
El Digimon no contestó, pero sus garras se clavaron en el suelo, como aceptando a regañadientes que tendría que intervenir.
Eris, por su parte, no perdió tiempo. Abrió su bolsillo y sacó un pequeño estuche metálico donde guardaba las Digimemories. Sus manos temblaban, no tanto por miedo, sino por la presión de tener que estar a la altura de quienes la habían salvado. Yokomon, aún débil, se aferró a su hombro con un gesto serio.
—No intentes enfrentarte a ellas de frente —aconsejó Jorge con rapidez—. Apóyanos con lo que tengas.
—Eso planeo —respondió ella, tomando una de las cartas y deslizándola en su lector. Una luz resplandeciente se liberó en forma de datos que se condensaron frente a ella—. ¡Digimemory, Kokatorimon!
De la luz emergió la figura de un ave grotesca, su pico curvado y sus alas desplumadas agitándose con un graznido ensordecedor. El monstruo no duró más de un par de segundos en su invocación, pero fue suficiente: un rayo extraño, de tono amarillento, salió disparado hacia una Dokugumon que intentaba huir por los escombros. En un instante, la criatura quedó petrificada, su cuerpo endurecido como piedra.
—¡Cassy, ahora! —ordenó Jorge.
La felina no dudó. Sus garras brillaron y, con un salto, cayó sobre la Dokugumon inmovilizada, destrozando parte de su exoesqueleto antes de que la petrificación se deshiciera. El chillido de la araña retumbó en el aire, pero ya era demasiado tarde para recuperarse.
Mientras tanto, otra de las Dokugumon había apuntado sus colmillos hacia los humanos, lanzando un chorro de telaraña en dirección a Jonah y Eris. Hackmon se interpuso de golpe, cortando los hilos con un zarpazo veloz.
—No bajes la guardia —gruñó el dragón al peliplata—. Eres un blanco fácil.
Jonah apretó los dientes, molesto por el comentario, pero en el fondo agradecido. Sentía la presión, pero también una chispa de emoción: por primera vez, Reed estaba luchando de verdad a su lado.
La batalla se intensificó cuando una de las Dokugumon saltó hacia Lara. La halcón, en forma de Hawkmon, esquivó por instinto, aunque quedó claro que no resistiría mucho en ese nivel.
—¡Necesito espacio! —avisó.
El terreno abierto, lejos de los muros claustrofóbicos del edificio derrumbado, era ideal. Una luz dorada envolvió su cuerpo, y de pronto Hawkmon se transformó en un majestuoso Aquilamon. Sus alas enormes cortaron el aire con fuerza, levantando una ráfaga de viento que desestabilizó a las arañas cercanas.
—¡Perfecto! —gritó Jorge desde abajo—. ¡Lara, mantenlas en el aire!
El ave respondió con un chillido potente y se abalanzó sobre otra de las Dokugumon, alzándola con las garras para impedir que alcanzara a los humanos. Aunque la bestia se retorcía y lanzaba telarañas desesperadas, Aquilamon la zarandeaba con violencia, buscando un ángulo para lanzarla contra el suelo.
En ese instante, Eris volvió a deslizar otra memoria. —¡Digimemory, Garurumon!
El lobo plateado apareció con un rugido, liberando llamas azuladas en un ataque de
Fox Fire que envolvió las telarañas lanzadas hacia Aquilamon, reduciéndolas a cenizas. El ave aprovechó y estrelló a la araña contra el pavimento, levantando un estruendo seco.
El campo de batalla era un caos calculado: Cassy enfrentaba de frente a una Dokugumon, cortando hilos y esquivando mordidas. Hackmon era un torbellino en miniatura, distrayendo a otra con zarpazos veloces, evitando que se acercara demasiado a Eris o Jonah. Aquilamon dominaba el cielo, asegurando que las arañas no pudieran escapar ni dispersarse. Eris jugaba a ser estratega de soporte, sus Digimemories abriendo espacios en los momentos justos.
Sin embargo, las Dokugumon no eran presa fácil. Una de ellas, enfurecida, lanzó un chorro de veneno que rozó a Cassy, obligándola a retroceder. Jorge deslizó una carta rápidamente para darle velocidad extra a la felina, que apenas logró esquivar un segundo ataque.
—¡Jonah, mantente cerca de Eris! —ordenó el periodista, manteniendo la calma a pesar de la tensión—. Reed no puede cubrirlos todo el tiempo.
El peliplata asintió, aunque su orgullo le dolió. Quería demostrar que podía aportar más que solo quedarse quieto. Apretó el puño, decidido a no volver a ser un simple espectador.
La tierra tembló bajo sus pies cuando Aquilamon descendió en picada contra una de las arañas, atravesando su caparazón con un potente embate. Pero incluso con aquella demostración de fuerza, las criaturas seguían resistiendo, su instinto de supervivencia manteniéndolas en la lucha.
Hackmon se acercó a Jonah, su respiración agitada por la velocidad con que se movía. —No pienses que esto es un juego —advirtió sin mirarlo directamente.
—No lo hago —respondió Jonah con seriedad, sorprendiéndose de escuchar firmeza en su propia voz.
La batalla seguía en un equilibrio frágil. Por cada araña herida, otra recuperaba terreno con ataques desesperados. Eris se preparaba para usar otra memoria, Cassy y Jorge apenas mantenían su ventaja, Aquilamon rugía con furia, y Hackmon… Hackmon era un filo rojizo en movimiento, una sombra entre las telarañas.
Pero mientras los cinco protagonistas peleaban con todo lo que tenían, una sensación inquietante comenzaba a crecer. Las Dokugumon peleaban con una ferocidad extraña, casi coordinada. Y si esas cuatro estaban fuera… ¿no significaba eso que en lo más profundo de aquel enjambre había algo más grande, más peligroso, dándoles órdenes?
La pregunta, aunque nadie la formuló en voz alta, flotaba en el aire como un presagio inevitable.
El fragor del combate retumbaba aún entre los escombros cuando un silencio extraño cayó sobre el campo de batalla. El polvo comenzaba a asentarse, dejando a la vista las figuras de los cinco Tamers y sus Digimon, jadeando por el esfuerzo. Tres Dokugumon yacían debilitadas, sus cuerpos retorcidos sobre el pavimento. Una cuarta aún forcejeaba, pero Aquilamon la tenía sujeta contra el suelo, presionándola con las garras.
Era una victoria parcial, una que debería haber aliviado a los presentes. Sin embargo, un escalofrío recorrió a todos. Una vibración extraña, casi como un pulso orgánico, surgió desde lo profundo de la pila de escombros que alguna vez fue el edificio.
—¿Lo sienten? —murmuró Eris, apretando con fuerza su lector de memorias. Yokomon, en su hombro, se tensó de inmediato.
Hackmon giró la cabeza hacia la montaña de ruinas. Sus ojos amarillos brillaron con una chispa de alerta, algo que pocas veces dejaba entrever. —Viene algo más grande.
El presentimiento se confirmó de inmediato. Los escombros comenzaron a moverse como si algo enorme reptara bajo ellos. Grietas se abrieron en el suelo, levantando polvo y piedras, hasta que de pronto, un chillido gutural y metálico desgarró el aire.
De la pila emergió una figura descomunal. Su cuerpo tenía la silueta de una mujer demoníaca, de piel pálida y cabello azabache, pero de su cintura para abajo se extendía el torso de una gigantesca araña negra. Sus ojos brillaban con un fulgor carmesí, y cada uno de sus movimientos exudaba autoridad.
—¡Archnemon! —exclamó Jorge con el rostro endurecido. No era la primera vez que se enfrentaban a una, y había sido duro.
No era solo una Dokugumon más. Era la Reina.
La criatura extendió los brazos, de cuyos dedos surgían hebras brillantes de seda afilada. Con un simple gesto, cortó uno de los escombros cercanos como si fuera mantequilla. La tensión en el ambiente se multiplicó.
—Así que había alguien al mando… —susurró Jonah, sintiendo el peso de aquella revelación.
Archnemon avanzó lentamente, y con cada paso su abdomen se agitaba. De las rendijas ocultas surgieron diminutas siluetas negras: decenas de Kodokugumon que se escabulleron por las grietas, buscando expandirse como una plaga.
—¡Spider Thread! —rugió la Reina, y lanzó una lluvia de hilos metálicos en abanico.
Cassy reaccionó al instante, interponiéndose frente a Jorge y cortando la mayor parte con sus garras, aunque algunas rozaron el suelo y dejaron cicatrices profundas en el concreto.
—¡Separo líneas, no dejen que los atrape a todos de una vez! —ordenó Velázquez.
Aquilamon batió sus alas, elevándose para distraer a la enemiga desde arriba, pero Archnemon levantó una mano y disparó un haz de telarañas pegajosas. El ave apenas logró esquivar el impacto directo, aunque parte de su ala quedó cubierta, dificultándole el vuelo.
—¡Maldita! —bufó Lara, agitando con fuerza para liberarse.
Eris apretó los dientes. No podía perder la calma ahora. Sacó una nueva carta y la activó. —¡Digimemory, Leomon!
El león guerrero apareció envuelto en un aura de energía. Con un rugido, lanzó un Fist of the Beast King, una onda dorada en forma de cabeza de león que impactó contra los hilos de seda que cubrían el ala de Aquilamon, rompiéndolos al instante.
—¡Gracias! —gritó Lara desde el aire, retomando altura.
Jonah, mientras tanto, observaba a Hackmon que permanecía inmóvil, mirando fijamente a Archnemon. El dragón rojiblanco parecía analizarla, como si midiera la diferencia de poder.
—Reed, ¡necesito que te muevas! —insistió Jonah.
Un gruñido bajo fue la única respuesta antes de que Hackmon se lanzara hacia adelante. Sus garras brillaron mientras interceptaba a uno de los hilos que apuntaban a Eris. A pesar de la rudeza de su tono, su cuerpo se interponía una y otra vez entre la Reina y los humanos.
Archnemon sonrió con desdén. —No comprenden lo que enfrentan.
Su abdomen se agitó con violencia, y del interior brotaron varias Dokugumon más pequeñas, lanzadas al campo como armas vivientes. —¡Predation Spider!
Las criaturas cayeron en medio del grupo, atacando con desesperación. Tailmon fue la primera en reaccionar, esquivando una mordida para contraatacar con un zarpazo que lanzó a una de las pequeñas arañas contra la pared.
—¡Son interminables! —gruñó Cassy, retrocediendo a un lado de Jorge.
La situación se tornaba insostenible. Cada movimiento de Archnemon parecía multiplicar la presión sobre ellos.
—Eris, ¿tienes algo más? —preguntó Jorge, bloqueando con otra carta un hilo que casi le corta el brazo.
La chica ya había preparado su siguiente jugada. —¡Digimemory, Angemon!
Un destello de luz sagrada iluminó el campo. La silueta angelical descendió con las alas extendidas, y en un instante, liberó un
Heaven's Knuckle, un puñetazo cargado de energía divina que golpeó directamente el abdomen de Archnemon. La Reina retrocedió unos metros, sorprendida por la fuerza de aquel ataque.
—¡Bien hecho! —celebró Jonah, viendo la primera reacción de dolor en la enemiga.
Pero la respuesta no tardó. Archnemon abrió la boca y exhaló un denso gas verdoso que se expandió rápidamente. —¡Acid Mist!
La nube ácida se extendió por el campo, corroyendo el metal de los escombros y haciendo arder la garganta de quienes la inhalaban.
—¡Atrás, todos! —ordenó Jorge, cubriéndose con el brazo.
Aquilamon batió sus alas con fuerza, intentando disipar la niebla, mientras Hackmon saltaba ágilmente para evitar quedar atrapado en ella. Cassy cargó hacia un costado, pero parte del gas rozó su pelaje, arrancándole un gruñido de dolor.
Jonah sintió cómo el pánico amenazaba con apoderarse de él, pero al ver a Reed enfrentando la bruma sin dudar, encontró una chispa de valor. —¡No vamos a perder aquí!
La batalla estaba lejos de terminar. Aunque habían demostrado coordinación y resistencia, la presencia de Archnemon superaba cualquier amenaza previa. No bastaba con resistir: tenían que encontrar una forma de cortar de raíz a la Reina antes de que más Dokugumon inundaran la ciudad.
Y en ese instante, todos comprendieron lo mismo: lo que estaba en juego ya no era una Quest más. Era la seguridad de Ciudad File entera.
La niebla ácida aún flotaba en el aire, quemando gargantas y obligando a los Tamers a retroceder. Archnemon, erguida en medio de aquel campo envenenado, parecía una emperatriz invencible, moviendo sus múltiples patas con la seguridad de quien sabe dominar a su presa. Cada uno de sus movimientos rezumaba un odio frío, calculado.
Jorge apretó los dientes. Podía sentir cómo el ánimo de sus compañeros flaqueaba. Eris respiraba con dificultad, cubierta de sudor; Jonah observaba a Reed, esperando una señal de cooperación que nunca llegaba; Lara luchaba por mantener a Aquilamon en el aire a pesar del cansancio; y Cassy, aunque herida, seguía firme, bloqueando a las pequeñas Dokugumon que no dejaban de brotar del abdomen de la Reina.
—Si no la paramos aquí —susurró Velázquez, con el ceño fruncido—, esta ciudad no va a sobrevivir.
Archnemon abrió los brazos de nuevo. Los hilos plateados de sus dedos comenzaron a brillar con intensidad, y de su abdomen otra oleada de Kodokugumon se desbordó hacia las calles.
—¡Predation Spider! —rugió la Reina, liberando a decenas de pequeñas arañas que corrían hacia todos los rincones.
Cassy retrocedió con un gruñido, Tailmon a su lado. —¡No podemos contenerlas a todas!
Eris sacó una carta con decisión, la deslizó con firmeza y gritó: —¡Digimemory, Kabuterimon!
Un rugido eléctrico se escuchó en el aire. La silueta del gran escarabajo azul apareció tras ella, y su aura cubrió a Tailmon y Aquilamon al mismo tiempo. —¡Electro Shocker!
Un rayo de energía cayó en espiral, impactando contra un grupo de Kodokugumon y paralizándolas al instante. Su cuerpo quedó rígido, permitiendo que Cassy las derribara de un solo golpe.
—¡Buen apoyo, Eris! —gritó Lara, aprovechando la apertura.
Aquilamon batió sus alas con fuerza, y la luz de la Digimental resonó en su pecho. Su silueta cambió, extendiéndose hasta adoptar la forma majestuosa de Garudamon X, la guerrera alada cubierta por un plumaje carmesí incandescente. Su grito retumbó en todo el campo, infundiendo un nuevo aire de esperanza al equipo.
—¡Garudamon! —Lara extendió los brazos, el corazón latiendo con fuerza.
Archnemon alzó su cabeza, sorprendida por la súbita aparición. —Una evolución de ese nivel… ¿crees que basta para derrotarme?
El choque fue inmediato. Garudamon descendió como un meteoro en llamas, embistiendo a la Reina con un rodillazo que la obligó a retroceder varios metros. Las patas de araña se clavaron en el concreto para detener la embestida, pero las chispas de fuego que ardían sobre su exoesqueleto la hicieron soltar un chillido gutural.
—¡Sigue presionándola! —ordenó Jorge.
Garudamon agitó las alas y liberó un Shadow Wing, una llamarada en forma de ave que se estrelló contra el torso de Archnemon, envolviéndola en llamas. Pero la Reina respondió de inmediato, exhalando otra nube de Acid Mist que contrarrestó parte del ataque y corroyó el suelo bajo sus pies.
El enfrentamiento se volvió titánico: la colisión de fuego y ácido creaba explosiones que iluminaban las calles como si fueran relámpagos en plena tormenta.
Jorge apretó los puños. Sabía que esa fuerza sola no sería suficiente. Sacó un naipe, pero esta vez no lo deslizó en el lector. Cerró los ojos, y en su interior buscó esa chispa que tantas veces había sentido en situaciones límite.
Un aura anaranjada comenzó a emanar de su brazo derecho. El Digisoul ardía como una llama indomable.
—¡Lara! —gritó, levantando el brazo—. ¡Transfiere esto a Garudamon!
La guerrera alada se volvió hacia él, y al recibir aquella oleada de energía, sus alas se expandieron en llamas doradas. Su cuerpo entero vibró con un nuevo poder, uno que superaba lo que Lara sola podía ofrecerle.
—¡Ahora, acaba con ella!
Garudamon rugió, extendiendo ambas lanzas de fuego que emergieron de sus brazos. Con un aleteo cargado de energía, se lanzó directo contra Archnemon.
La Reina intentó interponer sus hilos con Spider Thread, creando un muro de seda metálica frente a ella, pero Garudamon lo atravesó como si fuera papel. De un solo impulso, la Digimon alada empaló a Archnemon con ambas lanzas de fuego, atravesando su abdomen y levantándola varios metros en el aire.
El chillido que escapó de la Reina fue desgarrador, reverberando entre los edificios como un eco maldito. Sus patas se agitaron en todas direcciones, pero poco a poco el fuego dorado la consumió desde dentro.
Finalmente, el cuerpo de Archnemon estalló en fragmentos de datos que se dispersaron en el aire como chispas negras, purificadas por las llamas de Garudamon.
—¡Sí! —Lara gritó con júbilo, al borde de las lágrimas.
Pero la batalla aún no había concluido. Decenas de Kodokugumon seguían con vida, esparciéndose por las calles como un enjambre.
—Cassy, ¡es tu turno! —ordenó Jorge.
El castaño deslizó dos cartas en su lector con un movimiento preciso. —¡Carta activada: Phoenixmon's Wings!
Las alas de fuego carmesí se desplegaron en la espalda de Tailmon, envolviéndola en un aura imponente. Cassy sonrió con confianza, sabiendo exactamente lo que su compañero pretendía.
Con un salto, ascendió varios metros en el aire y abrió las alas de par en par. La energía dorada comenzó a concentrarse en cada pluma, brillando como diminutas estrellas.
—¡Starlight Explosion!
Un torrente de luz dorada descendió sobre el enjambre. Cada partícula que tocaba a los Kodokugumon purificaba su oscuridad, haciéndolos gritar antes de desintegrarse en datos. En cuestión de segundos, las calles quedaron libres de las criaturas, como si la aurora hubiese barrido la noche.
Cuando Tailmon descendió suavemente al suelo, plegando las alas ardientes, el silencio volvió a reinar. El polvo se disipaba, y por primera vez en mucho tiempo, el aire era limpio, sin veneno ni hedor a telarañas.
Jonah se dejó caer de rodillas, jadeando. —Lo logramos… de verdad lo logramos.
Reed permaneció en silencio, aunque Hackmon, a su lado, bajó la cabeza como admitiendo la magnitud de la victoria.
Eris abrazó a Yokomon con fuerza, aliviada de que su sacrificio no hubiese sido en vano. —Gracias… todos ustedes.
Jorge, aún con el aura de Digisoul disipándose en su brazo, sonrió con cansancio. —La misión está cumplida. Archnemon ya no volverá a amenazar esta ciudad.
La batalla había terminado, y aunque sus cuerpos estaban exhaustos, sus espíritus ardían con la certeza de haber alcanzado algo más que una victoria. Habían demostrado que, juntos, podían hacer frente incluso a la oscuridad más implacable.
El campo de batalla había quedado en silencio. Lo único que rompía la quietud era el crepitar de los escombros aún humeantes y el batir cansado de las alas de Aquilamon, que tras la intensa lucha había vuelto a su forma Rookie, Hawkmon, cayendo rendido junto a Lara.
Cassy, exhausta pero erguida, bajó las alas ardientes de Phoenixmon que aún resplandecían en su espalda y las dejó desvanecerse como chispas en el aire. Sus ojos violetas seguían firmes, alertas, hasta asegurarse de que ninguna de las Kodokugumon hubiera sobrevivido a la purificación.
Jorge respiraba hondo, apoyado sobre una rodilla. El eco de la Digisoul aún vibraba en su brazo derecho, recordándole que había llegado a un límite peligroso. Aun así, ver la figura imponente de Garudamon atravesando a Archnemon había valido cada fibra de energía que entregó.
Eris, en cambio, estaba arrodillada con Yokomon entre los brazos, aliviada de que su pequeña hubiese resistido tanto sufrimiento. Aunque aún se notaba débil, la flor rosada parecía relajada por primera vez desde su encuentro con los Dokugumon.
Y luego estaba Jonah. El peliplata miraba a Reed en silencio. Hackmon, sentado a unos metros, observaba el campo de datos dispersos con aparente indiferencia. Pero Jonah, en su pecho, sabía que aquel silencio era más elocuente que cualquier palabra.
—Parece… que todo acabó —susurró Lara, limpiándose el sudor de la frente.
—Por ahora —corrigió Jorge con seriedad. Se levantó, sacudiéndose el polvo de la ropa y mirando hacia los restos del edificio colapsado—. No podemos olvidar que la raíz de este problema fue la negligencia de la Central. Nunca investigaron la magnitud de la amenaza. Si no hubiésemos llegado a tiempo, Archnemon podría haber sembrado el caos en toda Ciudad File.
Eris bajó la mirada, asintiendo en silencio. Ella había sido la primera en recibir el peso de esa irresponsabilidad.
—La Central… siempre tiene prisa por cerrar casos —murmuró—. Nunca pensé que aceptar esta Quest fuese a ser una sentencia de muerte para nosotras.
—Pero no lo fue —Cassy puso una mano en su hombro, suave pero firme—. Porque decidiste resistir. Eso también cuenta.
Eris forzó una sonrisa, agradecida.
Jonah, por su parte, se aclaró la garganta. Su voz salió algo insegura: —Entonces… ¿ya podemos regresar?
Jorge asintió. —Sí. Llevaremos a Eris y a Yokomon a la Central, que las examinen. Luego reportaremos todo lo que vimos aquí: desde los enjambres hasta la Reina.
—¿También que había una Archnemon? —preguntó Lara.
—Sobre todo eso —respondió Jorge con dureza—. Una Archnemon en una ciudad como esta es una amenaza de nivel estratégico. La Central debe saberlo.
Hackmon bufó, sin moverse de su sitio. —¿Y de qué servirá? Sólo encontrarán otra forma de encubrirlo o minimizarlo.
La mirada de Jorge se clavó en él, incómoda, como si quisiera replicar pero al mismo tiempo reconociera algo de verdad en esas palabras.
Jonah dio un paso hacia su compañero, con las manos en los bolsillos. —Reed… luchaste al final. Lo vi. Y aunque haya sido a tu manera, ayudaste.
Hackmon no respondió, solo bajó los ojos, molesto.
El camino de regreso a la Central fue mucho más tranquilo que la llegada. Los transeúntes de Ciudad File, que se habían refugiado al escuchar los ruidos de batalla, comenzaban a salir de sus escondites. Miraban con sorpresa las figuras de los Tamers y sus Digimon, cubiertos de polvo, sudor y pequeñas heridas, pero también con la satisfacción de quienes habían salvado a la ciudad de un destino incierto.
Un Elecmon, el mismo que minutos antes había cerrado su tienda apresuradamente, se acercó con cautela. —Oigan… gracias por lo que hicieron. No sé qué pasó exactamente, pero… se veía desde lejos. Esos destellos de fuego… esas alas de luz…
Lara inflaba el pecho con orgullo.
—No fue solo cosa nuestra —intervino Jorge, con modestia—. Todos aquí aportamos lo que teníamos.
Eris bajó la cabeza, apretando contra su pecho a Yokomon. Susurró, casi inaudible: —Sí, todos…
Ya en la Central de Tamers, el ambiente cambió. El edificio se erguía solemne, con sus pantallas mostrando noticias de pequeñas victorias diarias, Quests resueltas, anuncios de Guilds en busca de nuevos miembros. Todo parecía en calma, como si las cicatrices de lo vivido allá fuera no tuvieran cabida en ese interior pulcro.
Pero cuando el grupo entró, cubierto de heridas y con rostros serios, más de uno levantó la vista. Se escucharon murmullos: el nombre de Jorge, reconocido por algunos, mezclado con preguntas sobre qué habría pasado.
Fueron recibidos en la sala de informes. Allí, tras entregar a Eris y Yokomon a los equipos médicos, Jorge comenzó su exposición. Con tono firme, narró cada detalle: la emboscada inicial, los enjambres interminables, la aparición de múltiples Dokugumon, y finalmente, la evolución a Archnemon. No omitió nada.
El agente que tomaba nota parecía cada vez más incómodo. —Una… Archnemon en Ciudad File. ¿Está seguro?
—Lo vi con mis propios ojos —respondió Jorge, clavando sus palabras como cuchillas—. Y la destruimos. Pero no puedo garantizar que no existan más nidos ocultos.
Silencio.
Finalmente, el agente asintió, con el rostro rígido. —Su informe será enviado a la directiva. La Quest… se dará por cumplida.
Jonah sintió un vacío extraño. ¿Eso era todo? ¿Un simple "cumplida", después de todo lo que habían arriesgado?
Eris, desde la camilla donde la atendían, pareció leer su pensamiento. —Así funciona… te acostumbras.
Jorge bajó la mirada, pero no replicó. Sabía que era cierto.
Más tarde, cuando por fin pudieron descansar en el patio de la Central, la tensión entre ellos se alivió un poco. Lara compartía comida con Cassy, ambas riendo entre suspiros de agotamiento. Eris, aún débil, agradecía a Jonah con una sonrisa tímida. Y Jorge, sentado en silencio, dejaba que el viento nocturno acariciara su rostro.
Reed, en cambio, se mantuvo a un lado, como siempre. Jonah se acercó, indeciso.
—Reed… sé que no lo hicimos perfecto. Y sé que tú… piensas distinto a todos los demás. Pero… si no hubieras estado, yo no estaría aquí.
Hackmon lo miró de reojo. —No confundas proteger tu vida con aceptar tu forma de actuar.
Jonah se mordió el labio, pero al final sonrió, pequeño, decidido. —Pues me esforzaré en demostrarte que vale la pena.
Hackmon no respondió. Pero, por primera vez, no desvió la mirada.
La misión había concluido. El edificio se había derrumbado, la Reina había caído y las calles estaban a salvo. Pero para Jorge, Jonah, Eris y sus compañeros, aquello no era un final. Solo era un recordatorio: el mundo digital siempre escondía amenazas más grandes, más oscuras, esperando en las sombras.
Y cuando llegara el próximo desafío, sabían que tendrían que enfrentarlo juntos, aunque los lazos que los unían aún fueran frágiles y tensos.
Porque en ese mundo, donde humanos y Digimon compartían un destino incierto, cada batalla era también un paso hacia algo más grande.
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